Álvaro Cunqueiro
Los Alucinados
3 mayo, 2000 02:00álvaro Cunqueiro es inagotable de leer y lo que hoy le da más sentido a su prosa es un humorismo tácito, una gracia oculta de romano ilustre que se retira a su quinta con más libros que conejos
Nunca quiso salir de sus círculos concéntricos de prosa y verso, de pueblo y villa, de modo que venía a Madrid como un padre remoto de las letras, como un genio raro, y su libro más famoso es Crónicas del sochantre, donde la prosa lírica e imaginativa llega a peligrosos perfiles de inverosimilitud y gracia. Cuando pasaba por aquí me invitaba a almorzar en los buenos restaurantes secretos que él se sabía, y yo, que comía de pensión pobre todo el año, me indigestaba de langostada.
-¿Y para cuándo tu libro sobre los ángeles, álvaro?
-No puedo terminarlo porque hay un ángel que no acaba de aparecérseme. Lo espero todas las noches, pero nada.
Hablaba de los ángeles con la misma naturalidad que de los vecinos de su pueblo. Ganó el premio Nadal con Un hombre que se parecía a Orestes, bellísima novela donde juega su juego favorito: el anacronismo, el salto de los griegos a Galicia y vuelta, la confusión de los dioses clásicos con la guardia civil.
Cogía hongos y setas en su bosque animado, que no era el del otro, tenía amores rústicos y hacía de señor feudal, a poder ser eclesiástico, por los paisajes natales. Su gastronomía también es lírica, pero una planta le mataría mordiéndole en un pie.
Cunqueiro, como toda aquella generación, no parecía muy conforme con la vieja Victoria que nunca acababa, y todo en él eran refugios, huídas, desapariciones. Se hizo una mitología con las cosas de su tierra, con las nieblas y las lecturas, en pura huída del presente franquista, como queriendo estar y no estar.
Fueron una generación marcada por el fracaso y el error históricos y por la calidad del verso y la prosa. Ridruejo se va a derrotar al ruso, como hemos contado aquí, Ruano biografía a Baudelaire, Cunqueiro a Orestes. Qué alejamiento literario de la cultura militar del Jefe.Grandes españoles de todas las Españas, cada villano en su rincón, porque ya vuelve el español donde solía, los muertos enterrando a sus muertos. Cunqueiro no tiene la medida de fama y prestigio que le corresponde, ni entre el público ni entre los críticos (los más jóvenes le ignoran). Cunqueiro, siendo muy lobo, se equivocó en su juego de espejos, se escondió tanto que ahora no se encuentra a sí mismo.
No interesó su novelística, en los cuarenta/cincuenta, porque no era realista, o mejor socialrealista. Pero luego vino García Márquez arrasando con algo muy cercano a Cunqueiro. Y Borges. Es decir, la fantasía literaria, la invención de un mundo otro, el milagro de la prosa y los beneficios de la imaginación. La justicia literaria es injusta y al escritor se le sitúa más por lo que fue o es que por lo que escribe. Y no hablo sólo de política. La localización epocal, la focalización social determinan un éxito de hoy o un fracaso de mañana. Es la literatura como traje de soirée.
Si los criterios fueran solamente políticos, Borges no sobreviviría, y en cambio es universal. Los criterios son peor que políticos . Son caprichos de modisto sarasate. Y a eso le llaman el canon. En la angosta España de la posguerra Cunqueiro era un escritor falangista que practicaba el escapismo por olvidar su militancia, porque le olvidasen y por olvidarse. Pero ocurre que ese escapismo era deslumbrante, la estrategia de un gran escritor. Aquí unos no se atrevían a decirlo y otros no entendían a Cunqueiro.
Su pasión eran los griegos, los mares fríos y las mujeres gordas. Entra y sale de la muerte con naturalidad. Yo le hablaba de venirse a Madrid, pero él no quería vivir a la sombra del yugo y las flechas, que se expresaban a gran tamaño, con ominosidad, en la calle de Alcalá. Aquello era una especie de cuartel para civiles. Cunqueiro pasaba cuatro días en Madrid, como un provinciano que viene a resolver asuntos, pero le llamaban de noche las sirenas célticas y no había manera de que se le apareciese un ángel en el armario del hotel.
Siempre se olvidan de él en la cultura nominalista de las historias literarias. Pero Cunqueiro es inagotable de leer y lo que hoy le da más sentido a su prosa es un humorismo tácito, una ironía tierna que no quiere profundizar más en la llaga, una gracia culta de romano ilustre que se retira a su quinta con más libros que conejos, aunque también coma muchos conejos. Y digo conejos porque los libros se le multiplican entre sí, siendo Cunqueiro un príncipe de las ediciones príncipe.
Nos tememos que álvaro Cunqueiro o Conqueiro no volverá. Yo espero que se me aparezca un día en el café, como él esperaba a aquel ángel que tardó en aparecérsele. Pero el fanatismo de la novedad y la superstición del consumo están borrando a muchos clásicos vivos y muertos. Así es como una literatura se empobrece y nadie vuelve la cara a los maestros recién enterrados que todavía tienen mucho que recitar, como Cunqueiro. Hasta los chicos quieren que vuelvan las Humanidades. Bien, pues en Cunqueiro están las humanidades clásicas pasadas por el arte del anacronismo poético. Son cosas que nos perdemos mientras esperamos el último bestseller americano sobre sexo, droga y rock and roll.