Galdós y la política, la epopeya de una derrota
Animal político por excelencia, los 'Episodios Nacionales' muestran el tenso equilibrio entre compromiso ideológico y conocimiento histórico. Lee aquí el prólogo de 'La epopeya de una derrota', un enjundioso estudio sobre cómo se inserta "el demonio de la política" en la magna obra del escritor canario
3 enero, 2020 17:15Galdós en movimiento
He perseguido a Galdós a través del bosque de sus Episodios nacionales sin la voluntad de hacer un estudio literario ni histórico. Tan sólo he querido leerlos sin anteojeras de ningún tipo, enfrentarme a ellos desde la ingenuidad del lector agradecido que busca hallar en el texto materia de deleite y reflexión.
Me interesa, más que lo narrado, el pensamiento que destila lo narrado. Más que los hechos, la vida y el destino de los personajes mediante los que Galdós piensa los hechos y construye su inteligencia histórica. Cada episodio lo he afrontado como una unidad cuyo sentido debía respetarse. Pero no todas las novelas del ciclo han sido objeto de comentario, sólo aquéllas que, al tiempo que Galdós se mueve, me han permitido avanzar en mi interpretación. He dado un valor independiente a lo que dicen y hacen los personajes, para mí, significativos, en momentos y episodios concretos. Aunque, en el caso de algunos, el esclarecimiento de dicho valor me obligue a seguir su evolución a través de varias novelas; en el de la mayoría, tal esclarecimiento afecta al papel que representan en situaciones particulares. Con esto, quiero decir que no pretendo dar una versión acabada de casi ningún personaje porque mi ensayo no es un estudio literario. Más que el personaje completo, me interesan determinados fragmentos del personaje que poseen un significado autónomo dentro de la lógica narrativa inherente a cada episodio.
Creo que los Episodios nacionales, cuyas dos primeras series fueron escritas entre 1873 y 1879 y las tres últimas entre 1898 y 1912, no obedecen a un plan perfectamente delimitado de principio a fin. Es decir, que cada episodio y cada serie permiten a Galdós irse apoderando intelectualmente de su materia, del sentido último de lo que se trae entre manos. Este Galdós en movimiento es el objeto de mi persecución y el motivo de que, en la medida de lo posible, aborde cada una de las novelas comentadas como una unidad representativa en sí misma. Lo que no obsta para que, a medida que el ciclo avanza, vaya perfilando mi interpretación de fondo sobre la inteligencia histórica galdosiana. Si ésta no se halla formada desde un principio, se mueve, es fluida y cambiante; mi interpretación también lo es, constituyéndose, al fin, como una interpretación por condensación.
Sin anticipar nada y ofreciendo al lector que su lectura sea la tercera parte involucrada en un movimiento a tres bandas, sí quisiera decir que lo más relevante de los Episodios nacionales, al menos para mí, reside en la perspicacia de Galdós a la hora de dilucidar aspectos fundamentales de la política contemporánea. Aspectos que he sintetizado en la expresión guerra ideológica y que el siglo xx subrayó a sangre y fuego.
Reconozco que no he podido o sabido leer a Galdós sin la experiencia del siglo xx a mis espaldas. Esta lectura creo que me ha ayudado a entender mucho mejor la profundidad de su inteligencia histórica. Y no porque Galdós tenga espíritu de profeta, sino porque comprendió algo que el siglo xx no ha hecho sino constatar: cómo la política puede convertirse en un destino para la sociedad consumida por ella, por sus esperanzas e ilusiones perdidas, hasta el punto de enfermar el alma de los hombres y sustituir los sentimientos morales por las pasiones ideológicas. Los Episodios constituyen una deslumbrante reflexión narrativa sobre las actitudes psicológicas prevalecientes en una sociedad enferma de política, adoradora de un dios que impone el culto de la acción por encima de todo, aquella divinidad que Joseph Roth, en su primera novela, con los fuegos de la Primera Guerra Mundial a sus espaldas, llamó «el dios europeo rector de la política».
Si un Victor Serge, un Arthur Koestler, una Margarete Burber-Neumann, un George Orwell o una Evgenia Ginzburg hubiesen leído las tribulaciones de un Salvador Monsalud en la España del cisma ideológico, la melodía de esas tribulaciones difícilmente no les hubiese sonado a muy conocida. La experiencia del hombre exhausto, exasperado, resentido por el demonio de la política es, en mi caso, la huella imborrable que la obra de Galdós ha dejado impresa en mi memoria.
Otra gran lección galdosiana perfectamente audible en estas primeras décadas del siglo XXI se relaciona con los efectos paralizantes que el conocimiento histórico puede tener sobre la acción política. Igual que a Galdós la experiencia del xix en España le llevó a un cierto escepticismo respecto de los procesos revolucionarios, a nosotros la experiencia abrumadora del XX también nos ha vacunado, hasta cierto punto, contra las utopías políticas. El novelista canario advirtió que el desmantelamiento del absolutismo provocaba una lucha abierta por el poder entre diversos grupos y personalidades que sumió a España en una espiral de desorden e inestabilidad. La lógica facciosa de la política española del XIX motivó el incumplimiento de la promesa nacional de la revolución liberal. Pero Galdós respondió a este hecho con la esperanza de que el siglo XX cumpliese aquella promesa. El escepticismo histórico inherente a su desencantada visión de la España del XIX no fue su última palabra política, tal y como queda claro en la última novela, Cánovas (1912), de los Episodios.
A nosotros, hijos del siglo xx, nos sucede un poco lo mismo. La historia de dicho siglo ha sido tan brutal para lo que Michael Oakeshott denominaba la «política de la fe» que parece que, hoy en día, cualquier plasmación de dicha política resulta sospechosa, potencialmente criminal en sus consecuencias. Mas la alternativa de la «política del escepticismo», que consiste en anteponer lo existente a cualquier tentativa profunda por mejorarlo apelando al mal menor, no hubiese sido del agrado de Galdós. Si éste, como George Orwell, nos enseña algo sobre la acción política es que el conocimiento histórico que la constituye intelectualmente no debe tener la última palabra sobre ella.
La derrota que, para Galdós, define al siglo xix en España no lo llevó a desconfiar de la acción política como instrumento de cambio y progreso. Evidentemente, el novelista canario no era un ingenuo. Por eso, que, al final de los Episodios, termine reaccionando con inusitado vigor contra los tiempos bobos de la Restauración alfonsina dice mucho de su capacidad para asumir, como Orwell, las irresolubles contradicciones de todo compromiso político. Uno puede criticar la revolución y la política romántica inspiradora de la misma desde el punto de vista de sus consecuencias históricas y, al mismo tiempo, seguir defendiendo esa revolución y esa política para cambiar las cosas a mejor. Igual que uno puede sentirse libre para criticar la hipocresía y el oportunismo de los defensores de una determinada ideología y, al mismo tiempo, estar implicado en la realización de dicha ideología.
El tenso equilibrio entre conocimiento histórico y compromiso político representa una herencia sugestiva de los Episodios nacionales. Y más en un presente como el nuestro en que la «política de la fe», debido a las barbaries del xx cometidas en su nombre, suena a totalitarismo, a negra utopía; mientras que la «política del escepticismo» suena a justificación resignada e impotente de lo establecido.
Galdós, que se enfrentó, como nosotros, al páramo de los hechos de su inmediato pasado, ofrece una alternativa a canalizar las derrotas históricas por la vía exclusiva de las epopeyas literarias. El verdadero desafío será siempre el de transformar dichas epopeyas, con su neto sentido del fracaso y su acusada tendencia contemplativa, en una acción política que no permanezca ciega a la historia, que sea precavida y prudente, pero que, no por ello, pierda la esperanza. En caso contrario, el conocimiento histórico no pasará de ser el desahogo literario de unos escépticos que amargamente se solazan en su sabiduría de la impotencia política.