"Me parece que oigo el ruido de tu alma jugando, en el techo azul del cielo de Moguer, como antes en el de la casa de la calle Nueva, donde estás ahora". Esto escribía el poeta onubense Juan Ramón Jiménez como dedicatoria al ciclo de poemas "La niña muerta", uno de los cuatro que compone el volumen Historias, poemario escrito entre 1909 y 1912 que publica ahora la Fundación José Manuel Lara con 27 poemas inéditos. Pero más allá de la presentación de nuevo material, "este libro es muy importante en la trayectoria poética de Juan Ramón", asegura su editora, la profesora Rocío Fernández Berrocal, una de las grandes especialistas en la obra juanramoniana. "Es en esta época cuando Juan Ramón comienza a asumir su destino como poeta".
Los poemas de Historias se corresponden con su etapa más productiva y a la vez más triste de la vida del escritor, la de su forzada vuelta a Moguer tras la muerte de su padre y la ruina familiar. Además, Juan Ramón se encuentra decepcionado de los cenáculos modernistas de Madrid y de los trapicheos literarios. Anclado entre la Generación del 98 y la del 27, y sin pertenecer del todo a la del 14, se encuentra aislado a nivel creativo. Es entonces, en los años de estos poemas, cuando "decide que va a dedicarse a la poesía y a la búsqueda de la belleza, a huir del modernismo que cultivaba hasta entonces e iniciar esa búsqueda clave del verso libre, del verso puro", explica Fernández Berrocal. "Entiende que debe empezar un camino personal, un camino por dentro, como le decía Rubén Darío".
En los 61 textos de este libro aflora, según las palabras del poeta, su "yo más tierno". "Juan Ramón abandona los ropajes del modernismo y se desnuda, mostrando su amor por los niños y los seres singulares", lo que para la editora supone un punto de conexión clave entre este trabajo y el futuro Platero y yo, coincidentes en el tiempo. Al igual que en ese libro, los poemas de Historias muestran como el espíritu del poetase abre a la realidad de su entorno, y el sentimiento aflora en textos de gran sensibilidad y hondura. "En Moguer, sus escritos se tornan más humanos, comprometidos y conscientes de lo que atañe al hombre. Descubre que puede poetizar la realidad. La ensoñación, lo infinito del hecho poético, los niños el mar, el ensueño elegíaco y la permanente melancolía son algunos de los motivos que aborda en esta todavía etapa sensitiva".
Estas son las temáticas por las que transitan las cuatro partes en las que se divide el libro, que incluye un pormenorizado estudio introductorio y un cuaderno gráfico con fotos y facsímiles de los manuscritos: "Historias para niños sin corazón", "Otras marinas de ensueño", "La niña muerta" y "El tren lejano". "La primera y la tercera parte están dedicadas a los niños, que como la naturaleza, simbolizan la pureza que él buscaba en la poesía. Él mismo tenía la capacidad de asombro y creatividad de un niño. La tercera es un emotivo recuerdo a una sobrina suya muerta con poco más de dos años", relata Fernández Berrocal. "La segunda y la cuarta parte son evocaciones y reflexiones, dedicadas al mar y a los viajes, que exploran la veta más intelectual que luego se verá en Diario de un poeta recién casado".
Además de su altura poética y de su importancia formativa, lo que quiere dejar claro la editora es que este libro muestra una cara de Juan Ramón que choca frontalmente con esa imagen de hombre serio, difícil y distante encerrado en su torre de marfil. "Aquí el poeta se manifiesta como un gran observador de la realidad y de la naturaleza humana, alguien sensible en extremo y preocupado por los más desfavorecidos".
Un legado inagotable
Puede sorprender que hayamos tenido que esperar más de cien años para ver impresos algunos de los poemas de este libro, que el mismo poeta pensaba publicar en conjunto. Juan Ramón corrigió el libro en 1921 con esa intención, pero una vida azarosa no le permitió hacerlo. "La marcha al exilio con Zenobia, ligero de equipaje, el saqueo de su casa de Madrid y, finalmente, la enfermedad de ambos y la muerte de Zenobia hicieron que muchos de sus proyectos ordenados en la Sala Zenobia-RJR de la Universidad de Puerto Rico quedaran inéditos", cuenta Carmen Hernández-Pinzón, sobrina-nieta de Juan Ramón Jiménez y responsable de su legado. "Algunos de los textos del mismo formaron parte de sucesivas antologías, pero otros quedaron inéditos y pendientes de publicación conforme al guion revisado que fijaría en su exilio de Puerto Rico".
Del mismo modo, pendientes de su publicación siguen muchos libros todavía latentes en las carpetas de Puerto Rico, ya corregidos y editados por Juan Ramón que solo esperan a ser publicados. "Hay muchas obras inéditas, porque hace unos años no había interés en publicarlo. Ha habido años de desierto en los que a nadie le interesaba Juan Ramón, por eso estaba la obra inédita", reconoce Hernández-Pinzón, que también asegura que "publicar a Juan Ramón nunca es fácil y además su poesía tiene un valor de dificultad extra. Es arduo y complicado. Además, todos los inéditos de Juan Ramón están muy dispersos, porque escribía en todas partes, desde una cuartilla al reverso de una tarjeta de visita". En este caso, los poemas se encontraban dispersos en la Sala Zenobia-JRJ de la Universidad de Puerto Rico, además de en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, y en los archivos de sus herederos.
UNA SELECCIÓN DE POEMAS DE HISTORIA
Yo la tuve cojida por la mano,
mucho tiempo después de haberse muerto
por si podía (yo)
ayudarla a pasar por el misterio
Después hubo un instante
en que sentí pararse algo, dentro
de no sé qué —¿de ella, de mí?—;
y le dejé su mano
sobre su pecho,
ya en el lugar seguro todavía
la levedad del vivo jazminero.
Las noches estrelladas, redondas, estivales,
prolongan, a deshora, músicas y farolas.
Azul, la rada es de bonanza y cristales.
La luna se confía, indolente, a las olas.
Marinos de otras partes cantan embriagados,
por los barrios desiertos, entornados y eróticos;
—de vez en cuando, en los cielos constelados,
suenan cóncavamente los rujidos exóticos—.
...El oriente deslíe su perla inadvertida
en la brisa. un beleño hondo amarra las cosas.
Está caído todo... Y la aurora, aún dormida,
echa la sombra con su abanico de rosas.
Apeadero
El tren se va. Y en las dejadas soledades;
uno, en lo oscuro ya, se halla consigo mismo.
La voz baja es mayor que el silencio del mundo.
Es uno casi agua, casi monte, casi abismo.
Por la vereda, a veces, qué olores penetrantes
y fulgores de insectos orillan, tan perdido e íntimo
va uno en uno, que olvida la memoria internada
quién es uno, si es, si va a ser, si no ha sido.
La esquila de algún valle toca en el corazón.
Mujeres piadosas van a guardar en el río
su cuerpo bello con el secreto del mundo.
Vuelven a ser compendio el lucero y el grillo.