María Ángeles Pérez López. Foto: Archivo
Profesora universitaria, María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) ha publicado seis libros de poemas y dos opúsculos. En el volumen Catorce vidas recopiló todos sus versos escritos hasta 2009. Es especialista en la obra de Vicente Huidobro.Con prólogo de Juan Carlos Mestre, Fiebre y compasión de los metales se compone de veintisiete poemas. Ninguno de ellos lleva título. Ya desde las primeras páginas, la autora comunica su gusto por los objetos de la vida diaria. Resalta unas tijeras que tienen aspecto de animales tristes y han cortado los mechones de unos niños de la inclusa. Observa el cuchillo afilado por un carnicero. La tajadura, el despiece y la degollación caben en endecasílabos serenos. Sin caer nunca en la desmesura expresiva, la poeta confiesa que es consciente de los desgastes. Contempla una sinagoga transformada en matadero, ve la ceniza de los libros, presiente "el agua convertida en vidrio enfermo". Y sus meditaciones se amplían ante una red de signos "que atrapa contra sí pescado y hombre / mientras boquean sangrando oscuridad".
Siempre con dominio de la métrica, los versos de María Ángeles Pérez López definen de manera original la escalera mecánica, el martillo, la correa, el vaso, la flecha, el punzón. La poeta coloca sus utensilios cerca de una Naturaleza descrita con minuciosidad. Considera que el desierto, el agua y el roble son cuerpos que piden el brío del deseo. Árboles, ríos, rocas y animales se suceden en sus páginas. Los naranjos, arrecifes, lagartos y cigarras son mencionados con la misma precisión literaria que las personas. Como si anunciase el pedernal del último poema, el dolor invade espacios que se llaman Pompeya, Gaza, Melilla. Al mismo tiempo, la escritora continúa indagando en las tensiones entre objetos, plantas y seres humanos: "En la ardiente planicie de la siega / se estrechan la cuchilla y las gramíneas / mientras los cuerpos buscan a los cuerpos".
Una nota distintiva de Fiebre y compasión de los metales: contiene homenajes a una decena de creadores admirados por la autora. Después de la línea final de varias composiciones, la poeta escribe el nombre de Federico García Lorca, César Vallejo, Ezra Pound, Roberto Bolaño, Alejandra Pizarnik, Antonio Colinas o Agustín Fernández Mallo, porque con cada uno de ellos ha mantenido una especie de diálogo. El conjunto encierra un idioma usado con mucho esmero. María Ángeles Pérez López lo pone al servicio de su poesía profunda.