C. P. Cavafis. Foto: Archivo
La obra poética de Constantino Petrou Cavafis (Alejandría, 1863-1933) tiene una difusión desigual en Europa. Mientras continúa siendo escasamente citada y leída en Francia, goza del prestigio justo en nuestro país. En primer lugar, gracias al interés que por ella mostraron Luis Cernuda y Vicente Aleixandre. Después, por la labor divulgadora de Carles Ribas, Elena Vidal o José Ángel Valente. A partir de los años setenta, por las traducciones de José María Álvarez, Pedro Bádenas de la Peña y Ramón Irigoyen, entre otros, y el respaldo de las editoriales.Prologada y traducida ahora por el escritor y helenista Juan Manuel Macías, la Poesía completa de Cavafis reúne los ciento cincuenta poemas canónicos que fueron editados por Rica Sengopoulou, heredera del autor, así como las setenta y ocho composiciones publicadas más tarde por Giorgos Panu Savidis. Se agregan tres textos en prosa. Las piezas figuran en versión bilingüe y son presentadas por orden cronológico.
En una introducción de ocho páginas, Macías explica bien la singularidad literaria del poeta. Sin caer en excesos líricos, con una escritura sobria y narrativa, supo aunar tradición y modernidad, "el cuerpo y el alma; la moral pagana y la nueva concepción del hombre que trazó el cristianismo; la juventud y la devastación de los años; la fuga y lo permanente; la vida y el arte; el mundo griego y el reconocimiento inquietante de la otredad que supone la figura del bárbaro". Estas pocas líneas compendian el universo personal de Constantino Cavafis.
El primero de sus poemas que el autor consideró definitivamente acabado fue escrito en 1896. Cavafis tenía ya 33 años. El texto contiene buena parte de los elementos de sus obras posteriores: la queja ante la falta de clemencia social, las impresiones de un hombre excluido de la vida placentera, su autocrítica por haber tolerado la marginación. "Fuera del mundo, sin enterarme, me encerraron", nos dice. Siguen imágenes de la juventud sacrificada. Pronto, en 1897, incorpora a sus páginas los personajes homéricos y los mitos: Febo Apolo en el momento de llevar al río el cadáver del héroe, Aquiles y las lágrimas de sus caballos, un Patroclo vencido, un Sarpedón muerto, los aqueos aficionados a la rapiña. Los seres comunes, "las criaturas del instante", son tratados con respeto. Transeúntes, artesanos pedreros, fabricantes de cráteras y comerciantes viven con dignidad frente a príncipes, peritos, sofistas, patricios. En "Muy rara vez", un poeta envejecido recorre una callejuela y encuentra alivio en los jóvenes que leen sus palabras. El alcohol indulgente, la monotonía y los objetos de la vida diaria (velas, ventanas) son otros ingredientes de sus versos. Constantemente celebra la gracia de los cuerpos jóvenes. Las enseñanzas del célebre poema "Ítaca" se complementan con la sabiduría que transmiten "La ciudad", "Un anciano", "El dios abandona a Antonio", "Cuanto puedas". La segunda sección del libro se titula "Poemas ocultos". La soledad domina en "Media hora" y "En la escalera".
El deseo prohibido es el núcleo de la poesía de Constantino Cavafis. Las calles, las tabernas o las habitaciones sórdidas están iluminadas por el fulgor de los cuerpos amados. A favor del placer, en contra de la cobardía que reprime las pasiones carnales, el poeta no oculta su homosexualidad. Se enfrenta a "los que visten de gris, los que disertan de moral".
La edición, admirable, no desmerece de la estética de La Pléiade francesa. Todo es un deleite visual y táctil: la tapa dura, el papel biblia, las cintas de registro, la sobrecubierta, la firma del escritor grabada en la cubierta y otros detalles de esmero. La belleza del objeto armoniza con la elegancia de la lengua española que usa el traductor, Juan Manuel Macías. Los datos biobibliográficos que el filólogo Vicente Fernández González aporta en su epílogo completan un libro excepcional.
Un anciano
En medio del bullicio del café,encorvado a la mesa, está sentado un anciano,
con un periódico ante él, sin compañía.
Y en la vejez infame y desdeñosa,
piensa en qué poco disfrutó los años
cuando tenía fuerzas, elocuencia y belleza.
Sabe cuánto ha envejecido: lo percibe, lo ve.
Y todo ese tiempo en que era joven le parece
que fuera ayer. Qué breve, qué breve el intervalo.
Y piensa en cómo se le ha reído la Prudencia;
y cómo -¡qué insensatez!- confiaba en ella,
la mentirosa que decía: "Mañana. Aún tienes mucho tiempo".
Recuerda los impulsos contenidos, cuánta dicha
sacrificada. De esa necia cordura
cada ocasión perdida se está mofando ahora.
... Pero de tanto acordarse y tanto cavilar,
el anciano se embota, y cae dormido,
apoyado contra la mesa del café.