Juan Antonio González Iglesias. Foto: David Arránz
Desde su primer libro -La hermosura del héroe, (1993)- y, sobre todo, a partir de Esto es mi cuerpo (1994) -qué acierto de título-, la poesía de Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) se ha situado sin duda alguna entre las mejores, entre las de mayor fuerza poética marcada por un signo clásico. No en vano el poeta tiene formación en filología clásica, ejerce como profesor de latín en la Universidad de Salamanca y sus trabajos, y en particular sus traducciones, son de referencia. Además de que ha traducido un volumen de poemas de amor de James Laughlin, sus versiones de Arte de amar. Amores de Ovidio y muy en particular las Poesías de Catulo son hoy las canónicas. "Debemos celebrar las traducciones afortunadas" se lee en un poema de Eros es más. Sean, pues, celebradas.Reunida su obra anterior en el volumen antológico Del lado del amor (2010), este Confiado es una continuación de su poética clásica, que no clasicista, en la que a la idea de armonía con el mundo se unen la exaltación de la belleza, el magnífico sentido del ritmo, el culto al cuerpo -que es más que eso: "No distingo la piel del intelecto"-, al goce, a la unión de los cuerpos, con notas de un culturalismo nunca impostado y todo ello con una sensibilidad en el decir como muy pocos. Lo que no impide que sus poemas hablen del mundo contemporáneo y su lenguaje sea el de hoy, en el que no faltan palabras tan actuales como "smartphone", "blog", "gayumbos", etc. es, en general, esa libertad léxica tan moderna, aunque convendrá recordar que ya el propio Catulo la había hecho suya. Y siempre sus poemas, aun aquellos críticos con ciertos aspectos de vida y la política, son manifestaciones de serenidad.
De esa serenidad hablan los poemas de Confiado. Es la serenidad de quien confiesa: "Soy un hombre en creciente desacuerdo/ con su época", y así se pone de manifiesto en varios lugares, pero frente a eso, superando lo que pudiera ser desazón, está que "El amor determina el trazo largo/ de mi vida". Y es que el amor ocupa el lugar central de este universo poético y de la experiencia vital de la que habla, recuérdese el título de la recopilación mencionada: Del lado del amor. Un amor, que es, por supuesto, el amor erótico, pero también el amor al otro en general y el amor a la vida que encuentra, entre otras maneras de darse, la de latir con la naturaleza, el ecologismo, si se prefiere, y cabe recordar que es término que proviene del griego oíkos 'casa' -étimo a su vez de "economía"-, la naturaleza, entonces, en cuanto a la casa, el lugar que se habita.
A partir de ese sentimiento, o pasión, del amor, el sujeto de los poemas de Juan Antonio González Iglesias -y en la contraportada de este libro se afirma que es "también un autorretrato"- se enfrenta al mundo y transforma lo que ve, lo transciende. A modo de aforismo declara uno de los poemas este presupuesto poético: "Detenerse a mirar,/ hacer sagrado" y esto es decisivo. Si ya lo es el detenerse en la vorágine de la vida, lo es mucho más el hecho de que lo mirado se transmuta en sagrado, en una de sus acepciones 'digno de veneración o culto'.
Nada hay entonces banal, nada que no merezca la pena y de esta manera se explica que las anécdotas de las que surgen los poemas parezcan menores, nimias dirán algunos, pero ya queda dicho que no hay nada que lo sea. El trino de unos pájaros, el vaso de agua fresca que se ofrece al recién llegado, la aparición de una garza en el bosque, todo es más de lo que es cuando se mira de ese modo y se revela lo que hay oculto en ello y en el más allá al que se abre.
El sujeto confiado lo es de manera radical: confiado a que lo que ha de venir no es el Apocalipsis y no lo puede ser cuando se está "del lado de la vida" y entregado al "sueño de ser libres". Así, los valores estéticos, innegables, de esta poesía son al mismo tiempo valores morales, guías para una vida mejor.
Siesta en Cannaregio
Dos que se duermen abrazados, borranlos problemas del mundo, no tan sólo
los suyos. En su abrazo se contiene
mucho más que ellos dos, en ese sueño
-cuando el amante está junto a su amado-
descansa el cosmos. Esa confianza
de cada uno en el otro está fundada
en la respiración del universo.
Dos que se duermen abrazados, quedan
sin saberlo investidos de una nueva
única gentileza. Serán luego
-cuando despierten y se desesperen-
como un unicornio que brincara
fuera de su tapiz, invulnerable.