Jaime Sabines

Prólogo de Javier García Sánchez. Visor. Madrid, 2014. 579 páginas, 19 euros

Pocas ediciones tan oportunas como esta española de la poesía completa del mexicano Jaime Sabines (Tuxla Gutiérrez, 1926-México D. F., 1999). Para quienes hemos seguido su obra ésta nos conduce a muchas reflexiones; no sólo estrictamente creativas, sino relacionadas con lo que podríamos reconocer como "mundo literario". Como en el caso de Efraín Huerta -otro auténtico- la poesía de Sabines se ha mantenido, fuera de su país, en un segundo plano, algo que no era justo. México ha tenido, a lo largo del pasado siglo, una nómina copiosa de poetas verdaderos y sólo el paso del tiempo decanta a cada autor en su valía, convierte a sus poemas en materia no sometida a lo noticioso. Es oportuna, pues, y de justicia la aparición de esta edición que, para muchos, supondrá un verdadero hallazgo.



La poesía de Sabines nos lleva a una segunda consideración, y es que estamos ante un autor equidistante entre una poesía coloquial y plana, huecamente testimonial, simplista, y la poesía del "constructor de poemas", es decir del que la basa en el artificio. Esta poesía entre extremos de Sabines se subraya muy bien en el prólogo del libro. En él se aprecia la modesta poética del autor sintetizada en esta frase suya: "creo que mi poesía no es más que un largo testimonio de lo que he vivido". Subrayada queda por él la presencia imprescindible de la vida en la obra.



Pero esta sencilla y, a la vez, intensa y rotunda aproximación de Sabines a la poesía, no se puede entender sin su profunda carga emotiva, sin que el lector sienta que algo se revuelve en su interior cuando con naturalidad y humildad se le entregan sus poemas. Refuerza esa presencia de la vida en su obra diciéndonos que la poesía es para él "un destino"; es decir, un testimonio fiel sobre lo que ha sido en el mundo. O: "cada día soy un poco más hombre y más poeta"; pero anteponiendo siempre su profundo humanismo desgarrado, irónico, a un simple ejercicio de escritura, un "producto".



Al releer la poesía de Sabines también se nos plantea la duda de si, en puridad, nos hallamos ante lo que, a la ligera, sería un "poeta testimonial". Sabemos que el cruce de lo literario con lo ideológico siempre es delicado -de Pasternak a Tsvietáieva o de Neruda a Alberti-, pero en el caso de la poesía de Sabines, de la misma manera que su lirismo no cae en lo "llorón", como él mismo dice, lo "testimonial" nunca cae en la simpleza demagógica, en el verso que sólo es prosa cortada. Ni siquiera en una sección tan marcada ideológicamente como es la titulada "Cuba 65", la vida deja de invadir al lector; la vida que emana del destino, de las emociones, de una intensidad sorprendentemente traslúcida.



Desde Horal (1950) hasta Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973) -incluso en los poemas "sueltos", finales, que oportunamente recoge esta edición-, el poeta se nos presenta con su voz, original y directa, sin máscaras ni refritos. Este poeta testimonia, sí, pero partiendo de sus raíces telúricas y existenciales, de la raíz de la experiencia. Incluso cuando se plantea los temas básicos, pero consustanciales al ser -la tierra, el amor, Dios, la vejez- los aborda con agilidad y sorpresa de lenguaje, desde esa llamada del corazón que le permite mantenerse al borde de los abismos religiosos e ideológicos más profundos.



Y es así porque es la fe en la obra la que dirige su fluida escritura. Un libro central en este sentido es Tarumba (1956). El poeta se debate "entre la poesía y el diablo", pero siempre ese malabarismo del don de la palabra lo acaba mostrando sincero y limpio en el testimonio. Ello le permite confirmar, a su realismo trascendente, que "la realidad es superior a los sueños". Esta metamorfosis de la verdadera poesía no sólo nos habla de lo profundo de manera más sencilla, sino llenar de voltaje lo que se contempla; pero no a través del artificio, sino del dictado de su destino, de su voz: "Acabo de desenterrar a mi madre, muerta hace tiempo. Y lo que desenterré fue una caja de rosas: frescas, fragantes, como si hubiesen estado en un invernadero. ¡Qué raro es todo esto!"