Antonio Hernández. Foto: Jaro Muñoz
Desde entonces la continuidad de la escritura de Antonio Hernández testimonia el hacerse de su protagonista sobre los ejes esenciales de sus comienzos: el amor, el mundo andaluz y la conciencia histórica. Entre meditación intimista y consideración del presente colectivo, los homenajes y la crítica histórica de Metaory (1979) y Homo loquens (1981) acentúan la emoción de un lirismo que desemboca en la emocionante elegía de Diezmo de madrugada (1982), uno de sus mejores libros, y la resistencia vitalista de Con tres heridas yo (1983).
Campás errante (1985) es un canto antropológico al sentido del flamenco que parece cerrar una etapa, inmediatamente seguida de Indumentaria (1986), libro de poemas breves y dedicatorias en el que las evocaciones, el mundo de la infancia y el renovado homenaje intimista al Sur dan paso a dos libros andaluces complementarios: el del vitalismo sensorial de Campo lunario (1988), con su emocionante homenaje a Cádiz ("Guía secreta de una ciudad del sur") y el de la compleja meditación histórica de Lente de agua (1990) -"Es más grande mi patria que mi tierra". La andadura lenta y extensa que el poeta sigue eligiendo en sus libros posteriores matiza la evocación elegíaca que va dominando en los alegóricos trenes de Sagrada forma (1994) y en la decidida afirmación de pertenencia y arraigo de Habitación en Arcos (1997) con su recuentos personalizados y su emoción circunstanciada.
Si El mundo entero (2001) abre otro tiempo en esta poesía, con sus desajustes existenciales y balance desengañado, los poemas de A palo seco (2007), con su desolación, sus sarcasmos y su confesionalidad autocrítica dejan abierta una sugestiva vía poética cuya continuidad se hace esperar.