Perros salvajes
Ian Rankin
9 diciembre, 2016 01:00Ian Rankin
Convertirse en la clase de escritor capaz de ganar el RBA de Novela Negra -recordemos, el premio mejor dotado del noir internacional- y pasar a engrosar su lista de autores trofeo, te permite jugar a contraer y expandir tu universo siempre que te apetezca. Lo que, tratándose de Ian Rankin, el escocés impasible, quiere decir que 1) Aún y estando jubilado, John Rebus, tu detective fetiche, puede volver en cualquier momento, y de hecho, va a hacerlo todo el tiempo; y 2) Tus otros detectives, aquellos que has creado para completar el universo del primero, y no sólo esos, sino también los que has creado después de que el primero se jubilara, pueden reunirse para tratar de cerrar un caso juntos.Pues bien. Los dos supuestos se dan en el volumen número 20 de la serie Rebus, volumen que el propio Rankin califica de "obra de madurez".
Dicho todo esto, veamos, ¿qué ocurre en Perros salvajes? Pues al menos ocurren tres cosas. La primera es que que un magnate, un tal Lord Minton, ha sido asesinado. La segunda, que la banda mafiosa de Joe Stark y su hijo Dennis, cuyo centro de operaciones acostumbra a ser Glasgow, anda por Edimburgo y el gángster local se está poniendo más nervioso de la cuenta porque alguien ha intentado matar a Big Ger Cafferty, el viejo enemigo de Rebus. Malcolm Fox, el detective que Rankin creó para despedirse de Rebus, se ocupa de uno de los casos (Stark); Siobhan Clarke, de otro (Minton), y Rebus del tercero (Cafferty), porque nadie lo conoce mejor que él. ¿Algo más? Sí, una estructura dividida en días y el habitual buen hacer de Rankin para, no sólo el clásico noir de serie, esto es, un alternar en la justa medida la peripecia personal del protagonista de la misma con la trama en cuestión, sino también el del concentrar universos y aprovechar que lo haces para ironizar, desde la menos ironizable de las realidades, sobre la burocracia policial.
Aunque ese buen hacer, fruto de la costumbre, puede convertirse en un arma de doble filo. Porque por momentos, la construcción es tan básica y tan previsible -la investigación siempre tendrá que ver con ir eliminando posibilidades, y para ello, Rankin, un clásico entre los clásicos, dibuja, una y otra vez, una línea recta que evite cualquier terremoto- que puede llegar a resultar poco más que funcional, y eliminar cualquier atisbo de punch que la historia pudiera llegar a tener. Y a ello se añade el hecho de que el tejido de relaciones es ya tan viejo (¡20 libros!) que el lector que trate de aproximarse por primera vez a John Rebus tendrá serias dificultades para seguir, con la intensidad con la que debería, esta, su última peripecia.El tema de fondo, el legado paterno, está presente de forma tan anecdótica que podría llegar a pasar desapercibido. ¿La conclusión? Rankin cumple, pero no deslumbra.
@laura_fernandez