Es todo un acontecimiento que confirma una vez más el prestigio cultural que ha adquirido el cómic en los últimos años: Chris Ware, para muchos el autor de cómic más importante de nuestro tiempo, está de visita en Madrid, invitado por el Museo Reina Sofía. El autor de Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo y de Rusty Brown (ambas editadas en España por Reservoir Books), dos obras monumentales pobladas por personajes tristes, melancólicos y entrañables, mantuvo ayer una charla con la investigadora Elisa McCausland ante medio centenar de dibujantes y estudiosos del noveno arte. Este miércoles por la tarde comparecerá de nuevo en el museo, esta vez en un encuentro abierto al público general con Carla Berrocal, Enrique Bordes y Raquel Jimeno. Además, el viernes estará en el Centro de Cultura Contemporánea La Madraza, en Granada, donde conversará con el ilustrador Sergio García Sánchez.
"No puedo creer que la gente se tome un tiempo del día para sentarse y escucharme hablar", dice con genuina incredulidad un autor que siempre hace gala de una extrema humildad. Cuando le insistimos en que su trabajo ha contribuido al aumento del prestigio que el cómic ha ganado en el seno del establishment cultural (prueba de ello es la exposición dedicada a la obra de Chris Ware el año pasado en el museo Pompidou) quita hierro al asunto: "Me estás concediendo demasiado crédito. Solo soy uno de las muchas docenas, sino cientos, de grandes dibujantes de cómic que hay".
Autor también de Fabricar historias —una caja con 14 historias en distintos formatos que van desde el tablero de juego al periódico—, Ware cree que ese aumento de la consideración del cómic se debe a que "ahora hay más historietistas interesantes que nunca, con la posible excepción de la época entre 1900 y 1920". En aquellos albores del cómic tal como lo conocemos ahora, surgen pioneros como Winsor McKay, Frank King y George Herriman, grandes influencias para Ware, además de Charles M. Schulz, el creador de Snoopy y Charlie Brown, aunque él es algo posterior y comenzó su famosa serie Peanuts en 1950.
La intención del Museo Reina Sofía era que Ware hubiese venido antes a dar una conferencia, con motivo de la exposición que dedicó precisamente al mencionado George Herriman en 2017: Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat. Ware, gran admirador del trabajo de Herriman (se inspiró en el ratón Ignatz para crear a su ratón Quimby), escribió uno de los ensayos que contenía el catálogo de la muestra. Pero en aquella ocasión no pudo viajar a Madrid, y desde luego que su sustituto no pudo ser mejor: nada menos que Art Spiegelman, el legendario autor de Maus, otra gran influencia para Ware además de amigo desde hace 30 años.
[Y el cómic se hizo mayor: 12 hitos en la evolución del noveno arte]
Hay una saludable camaradería y flujo de influencias mutuas entre las grandes figuras del cómic de autor norteamericano. Ware menciona a Seth, a Spiegelman, a Charles Burns, Kim Deitch, Lynda Barry, Daniel Clowes, Gary Painter y al tristemente recién fallecido Joe Matt. "Es como si los historietistas tuviéramos nuestra propia historia del arte, nuestro panteón especial de grandes artistas que nos gustan mucho y que nos han influido", afirma.
Dicho esto, regresa una vez más a George Herriman: "Creo que fue probablemente el mejor historietista que ha habido jamás. Su obra mejora con cada generación que pasa". Y va más allá: "Es como si pudiera ver el futuro, lo cual da miedo, porque escribía sobre la animosidad racial". El propio Herriman era "de color" según su partida de nacimiento, pero su piel era lo suficientemente clara como para lograr hacerse pasar por blanco en una sociedad profundamente racista. "Él era consciente también de la manera en la que los nativos americanos eran tratados en Estados Unidos. Pero no fue ninguna de estas cuestiones la que expulsó a Krazy Kat de muchos periódicos, sino el hecho de que no estaba claro si era un gato o una gata, lo cual hacía sentir muy incómoda a la gente". Todo lo anterior hace que Ware considere a Herriman "en la cima del arte estadounidense".
Empatía frente al auge identitario
La obra de Chris Ware pone el foco a menudo en hechos insignificantes solo en apariencia, que quedan marcados a fuego en la memoria y a la postre pueden resultar determinantes para la vida de una persona. "Siempre he intentado resaltar esos momentos que parecen pequeños, pero según mi propia experiencia y al enterarme de lo que más les importa a las personas al final de sus vidas, son los pequeños momentos los que de alguna manera concentran esa sensación de estar vivo". De hecho, ese es el objetivo último de su trabajo: "Crear una idea de lo que se siente al estar vivo en un momento determinado, porque eso es lo que busco en otros libros que he leído. Las películas de Ozu, y especialmente Cuentos de Tokio, captura esa sensación que siempre intentamos reprimir como adultos, que es la sensación de estar vivo, vulnerable y herido emocionalmente. Y quiero tratar de entender esa sensación tanto como sea posible, porque, en última instancia, nos hace ser más comprensivos con otras personas".
Con respecto al peso de la empatía en la ficción contemporánea, Ware opina: "Estamos en un momento, especialmente en Estados Unidos, en el que se alienta a los artistas a escribir solo sobre cosas muy específicas y a no escribir sobre personas que no sean ellos mismos. Para mí eso es lo opuesto a lo que debería ser el arte: tratar de entender a otras personas. Yo tiendo a creer que tenemos mucho más en común que diferencias entre nosotros, por eso trato de encontrar en mis obras esas cosas que son familiares para todos".
Obligados a ser felices
Mucho se ha escrito acerca de las similitudes entre Chris Ware y su personaje Jimmy Corrigan, un ser pusilánime, taciturno y nostálgico, criado por su madre y abandonado por su padre. Pero ¿cuánto hay del autor en el personaje? "Un 23%", bromea Ware antes de elaborar una respuesta más seria: "Todo lo que aparece en mis libros es algo que he experimentado en la vida real o en mi imaginación, que en muchos sentidos es más grande que la vida real, al menos en cuanto al tiempo que le dedicamos, o el que dedicamos a escuchar a otras personas o leer. Pero no es mi autobiografía. Intento partir de mi propia experiencia para tratar de entender a otras personas. Incluso personajes que a primera vista puede parecer que no son en absoluto como yo siguen siendo personas con las que trato de empatizar y comparto características".
Rusty Brown es otro buen ejemplo de esos personajes tristes y solitarios. ¿Es así el propio autor? "Creo que la mayoría de la gente es así, pero muchos no se atreven a admitirlo. Creo que hay una gran presión para que nos sintamos felices, lo sentimos como un deber y el sistema nos mantiene hambrientos de felicidad, pero la felicidad es una cosa muy rara. Hace cien años no tenía una consideración tan alta".