Liv Strömquist lo ha vuelto a hacer. La autora sueca publicó el año pasado No siento nada (Reservoir Books), un divertidísimo ensayo en formato cómic, de tono desenfadado y dibujos aún más desenfadados, en el que analizaba cómo vivimos el amor en el mundo contemporáneo, en esta sociedad de vínculos débiles, modernidad líquida y narcisismo extremo.
Ahora regresa con La sala de los espejos (también en Reservoir Books), en la misma línea que el anterior, donde analiza conceptos eternos como la belleza, la identidad y la fama en el contexto de la actual dictadura de la imagen, de los likes, del postureo, de los influencers, de las redes sociales, y de la obsesión por ser guapos y jóvenes para siempre.
Para ello, sigue la misma fórmula que en su libro anterior: teje su discurso con retazos de filósofos y sociólogos de renombre, y lo ilustra con ejemplos de la cultura pop y el famoseo internacional. Todo ello regado con humor e ironía.
Entre los primeros nos encontramos con Camille Paglia, René Girard, Eva Illouz, Zygmunt Bauman, Susan Sontag o Byung Chul-han (uno de los filósofos más populares del momento y denostado por una parte de la élite cultural precisamente por ello).
El segundo equipo lo encabeza (y también abre el libro) la socialité Kylie Jenner, miembro del clan Kardashian/Jenner. Reina absoluta del mundo influencer, tiene nada menos que 370 millones de seguidores en Instagram. También aparecen su hermana Kim Kardashian y su libro recopilatorio de selfies o Marilyn Monroe y su famosa sesión de fotos con Bert Stern, para hablar de la vampirización y la mercantilización de la imagen femenina.
['No siento nada': el amor en los tiempos del narcisismo extremo]
Pero no solo encontramos influencers contemporáneos; también tenemos a la emperatriz Isabel de Baviera (más conocida como Sissi, casada con Francisco José I de Austria) y a la emperatriz Eugenia de Montijo (casada con Napoleón III). Las dos eran famosas por su belleza y su elegancia, y eran un ejemplo de la moda europea de entonces. Según Girard, el ideal de belleza femenino contemporáneo surgió de ambas, así como la obsesión por la delgadez, ya que, según se cuenta, en una reunión las dos se dedicaron a comparar sus cinturas para ver quién la tenía más delgada.
Strömquist no considera que la sala de los espejos una secuela de No siento nada, pero admite que “explora un poco los mismos temas. Los dos libros hablan de la sociedad contemporánea, de cómo nos relacionamos con los avances tecnológicos, pero este es más una investigación sobre la apariencia superficial de la gente, algo que se ha vuelto cada vez más importante”, explica la autora a El Cultural.
Absténganse los aficionados al noveno arte de buscar aquí la excelencia gráfica ni alardes en el uso del lenguaje secuencial o la composición de página. La inmensa mayoría de las viñetas son bustos parlantes con bocadillos donde se condensan las reflexiones de los autores citados. A veces, incluso, la cita reproducida en la cartela superior de una viñeta se repite exactamente igual en el bocadillo de esa misma viñeta, apuntando a la boca de un Byung Chul-han o una Susan Sontag mal dibujados. Una redundancia que, obviamente, la autora emplea con una intención humorística.
Strömquist ha sabido encontrar su formato, su tono y también su nicho: lectores contemporáneos y acostumbrados a las nuevas formas de consumo cultural, preocupados por entender el mundo en el que viven, pero que normalmente no leerían las obras de todos estos sociólogos y filósofos porque no están dispuestos a renunciar al entretenimiento ni a leerse un tocho de varios cientos de páginas.
Del deseo mimético a las crisis de los famosos
Entre las teorías que Strömquist recoge en su libro, está la del deseo mimético de René Girard: deseamos lo que desean otros. No hay que ser un filósofo de renombre para darse cuenta de eso, pero él estudió este fenómeno en toda su complejidad y la autora sueca resume con sencillez sus explicaciones: otras personas se convierten en nuestros mediadores de deseos porque, desde que la religión no nos marca el camino a seguir y tenemos libertad total de elección, no sabemos lo que queremos. Se produce entonces una rivalidad mimética: queremos ser como esa otra persona, a la que al mismo tiempo adoramos y odiamos.
La sala de los espejos también se hace eco de las teorías de Stephanie Coontz, historiadora del matrimonio. Según esta autora, como ya no hay un Dios que castigue ni una sociedad férrea que imponga un modo de vida determinado, podemos elegir pareja basándonos en el atractivo, el deseo o el amor, y además ya no tenemos que estar con esa persona para toda la vida. Eso hace que los vínculos afectivos sean más volátiles.
¿Podríamos decir entonces que la muerte de la religión es la causa de que hayamos perdido el yugo, pero también la brújula? “No, yo creo que tiene que ver más con el desarrollo del capitalismo”, responde Strömquist. “Nuestras vidas se han mercantilizado. Por ejemplo, si subes a una red social algo sobre el cambio climático, sabes que tendrás muchos likes. Con estas aplicaciones puedes mercantilizar tu activismo, del mismo modo que puedes mercantilizar a tus hijos, tu relación, tu cuerpo. Todo tiene que ver con esa lógica. El capitalismo siempre está expandiéndose y va ocupando más y más esferas de la vida humana”.
En esta línea, Stömquist recoge también en su libro las teorías del sociólogo alemán Hartmut Rosa, que dice que el principio de la modernidad consiste en poner el mundo a nuestra disposición. También la belleza, un atributo que antes se consideraba un don aleatorio o una señal del destino, pero que ahora empezamos a considerar como “un bien disponible”, de modo que “nuestro propio cuerpo se encuentra sujeto a la presión de la optimización”: adelgazar, eliminar los granos, someterse a cirugía para cambiar nuestra apariencia física. Intentar dominar el envejecimiento es una muestra más de nuestra obsesión por controlarlo todo. Lo peor de pasar todo el tiempo intentando controlarlo todo, según Rosa, es que el mundo “se vuelve un mundo muerto”.
Otra de las teorías más interesantes del libro es la que explica por qué muchos famosos tienen ataques de ira hacia sus fans, se abandonan a una espiral de autodestrucción o de repente empiezan a defender posturas polémicas (recordemos, por ejemplo, los desafortunados comentarios de Lars von Trier en el Festival de Cannes diciendo que “entendía” a Hitler). Según el sociólogo Chris Rojeck en palabras de Strömquist, estas salidas de tono y esos comportamientos extraños son “el desesperado intento del yo privado por hacerse oír, una especie de rebelión contra el yo público, que le ha invadido”. Es decir, el famoso en cuestión acaba odiando la imagen —falsa, incompleta— de sí mismo que el público ama.
Por una mayor diversidad de plataformas
"Todas las redes sociales tienen una apariencia distinta pero son similares en el sentido de que se parecen a las máquinas tragaperras", opina la autora. "Es la gamificación de las relaciones sociales: subes un contenido y esperas obtener likes, y sientes euforia o desánimo dependiendo de cuántos consigas".
También lamenta que todo el planeta use las mismas tres o cuatro plataformas desarrolladas por compañías gigantes de Silicon Valley. "Me gustaría que hubiera más diversidad. Ahora las redes sociales son algo muy teledirigido. Todos estamos en las mismas redes y si te fijas en los pies de foto, todos son idénticos. Cabría pensar que, con tantísimos millones de usuarios, hubiese más diversidad, pero no es así".
La profecía DiCaprio
Quienes leyeron en su momento No siento nada se habrán acordado de Strömquist en las últimas semanas. Aquel libro comenzaba con la famosa teoría de que Leonardo DiCaprio es incapaz de mantener una relación sentimental con una mujer mayor de 25 años. Algo fácil de comprobar simplemente mirando su historial amoroso. Stromquist comenzaba su libro con su caso, como ejemplo de la fugacidad y debilidad contemporánea de las relaciones de hoy. A finales de agosto, el actor volvió a cumplir su norma, rompiendo con su novia Camila Morrone poco después de que esta cumpliese 25 años. “Cuando pasó hubo mucha gente que me escribió mensajes comentando la noticia. Me alegro de ser la primera comentarista de la vida amorosa de DiCaprio”, bromea la autora.