'El ángel de piedra' de Margaret Laurence: cuando una anciana de armas tomar se da a la fuga
Libros del Asteroide recupera esta novela de 1964, tan fresca y cercana hoy, después de los incidentes en las residencias durante la pandemia.
2 mayo, 2024 02:51La protagonista de El ángel de piedra es quizá la anciana más borde, obstinada y valiente de los grandes personajes literarios de la tercera edad. Se llama Hagar Shipley, tiene 90 años y se defiende con fiereza de su hijo y su nuera, que pretenden internarla en una residencia.
Margaret Laurence (Neepawa, 1926-Lakefield, 1987), autora de esta obra, es junto a Margaret Atwood y la Premio Nobel Alice Munro, una de las grandes maestras de la literatura canadiense.
Hagar, la anciana heroína de la novela, ha sido criada en las llanuras de Canadá en un lugar ficticio llamado Manawaka, territorio imaginario que aparece en otras dos novelas de Laurence, Los habitantes del fuego y La broma de Dios. Estas obras, junto con El ángel de piedra, fueron publicadas en castellano a mediados de los 90 por El Aleph Editores, pero su autora pasó entonces injustamente desapercibida.
La recuperación por Libros del Asteroide de esta obra maestra de la literatura canadiense, publicada en 1964, pero tan fresca hoy y tan cercana, después de los incidentes en las residencias de mayores durante la pandemia del Covid, es una recuperación imprescindible.
Las palabras de Margaret Atwood resumen su relevancia: “Su absoluta vigencia, la irreemplazable voz femenina, la mezcla creativa de recuerdo e imaginación […] hacen que este libro tenga un lugar fundamental en el canon literario”.
Para quienes conocen a la antipática Olive Kitteridge, el genial personaje de Elizabeth Strout, el encuentro con la señora Shipley será un placer amplificado. Si Kitteridge es de armas tomar, la anciana Hagar es dura como el pedernal y se enfrenta al mundo con apabullante insurrección y lucidez. El ángel de piedra es la escultura en mármol, en el cementerio de Manawaka, que adorna la tumba de los padres de Hagar.
La memoria de la anciana se trenzará con su presente, alojada en casa de su hijo Marvin y su nuera Doris. Hagar es consciente de que la toman por una loca de atar por sus excentricidades, sus quejas y su negativa a ingresar en un asilo de ancianos. Resiste y se indigna porque su cuarto no tiene cerrojo: “Así pueden entrar cuando les plazca. La intimidad es un privilegio que no se concede a los viejos ni a los jóvenes”, dirá la anciana de vuelta de todo.
Esta mujer trabajada por las circunstancias demostrará que aún le quedan fuerzas para huir del amenazante destino marcado por sus familiares. Las escenas de su escapada son de los momentos más intensos, y también más divertidos, de toda la novela.
La ironía soterrada de la autora canadiense compone un personaje
que vilipendia la hipocresía social
Laurence convierte la mezcla de decadencia, amistades desastrosas, insubordinación y dignidad en una creación literaria de gran alcance. La ironía soterrada de la autora canadiense compone un personaje que vilipendia la hipocresía social y la taimada falta de sinceridad de su familia.
Esta dinamitera verbal cuyo pensamiento e insolencia parecen los de una jovenzuela rebelde de 90 años, rememora su dura existencia con una persuasiva voz en primera persona. Los inconvenientes de la vejez, la mezquindad de los seres, la decadencia física, incluso el sufrimiento de las vidas grises en una sociedad mediocre marcada por las apariencias, alcanzan aquí una visión llena de humanidad, esperanza en la inteligencia y furia contumaz.
El público queda atrapado por esta anciana a la fuga, a la que pretenden recluir para siempre. La mujer que no llora en presencia de desconocidos describe su vida, su entorno y a sus seres cercanos con atrevimiento, humor y verdades como puñetazos.