Les presento a mi voz narrativa favorita ahora mismo: es un adolescente que habla, o escribe, como lo hace cualquiera que a su edad sea sensible y brillante, rezume curiosidad y cultura freak, haya caído en las simas de la disfuncionalidad clavando un tenedor en el cuello de la abusona de la clase, se muestre inmune al cretinismo generacional, lleve dentro a un novelista y, sobre todo, haya descubierto que la visión doble de William Blake puede encarnarse, a veces y si uno tiene mucha suerte, en la figura de una chica que lleva el nombre de una diosa. Dicho de otro modo, este narrador en primera persona nos cuenta algo muy sencillo que comprenderá cualquiera que haya estado vivo cinco minutos (ni tan fácil ni frecuente como pueda sonar): vale la pena seguir un camino propio en la vida, contra el mundo, a cambio de obtener al menos un instante de verdad poética interior.
'Piel de plata' es aventura adolescente y tratado esotérico, poética antimoderna, conjuro psíquico. Un libro luminoso, una alegría
Piel de plata es el nuevo resultado del combate que Javier Calvo (Barcelona, 1973) sostiene contra el cinismo contemporáneo y la magia hortera de la peor cultura mainstream, que no popular. Su estilo exhibe el mismo tipo de elegancia comunicativa y cómplice que tienen las frases transparentes de tu mejor amigo imaginario. Es un libro al mismo tiempo sencillísimo y complejo. La clave para disfrutarlo, o al menos entender su naturaleza, es no caer en la trampa de distinguir ambos extremos. Como bien dice el protagonista, “no es bonito ver a un adulto haciendo esa afectación ridícula de sabiduría olímpica y rigor benévolo”, de modo que, si un adolescente se comporta como tal, si la novela disfruta siendo un cuento libre de pedantería, o si cada palabra suya se empeña en ser directa en una muestra de placer por narrar, disfrutémoslo en vez de alzar la ceja en busca del giro irónico (y si no, dejémoslo correr). Y cuando resulte que la mitología del chaval protagonista se forja en el multiverso de un doble de Michael Moorcock, en la poesía soñada de Juan Eduardo Cirlot o en la música daimónica de Death in June, no respiremos aliviados creyendo que han aparecido las coartadas cultas del libro. Esos tres nombres y algunos más no son “referencias”, sino realidades vivas que permiten a nuestro héroe acceder a sí mismo. Son magia, tal vez negra, pero ajena a los relatos domesticados que el mercado ha convertido en sinónimos de juventud, ocio o imaginación. Y no hay nada más natural ni creíble que un chico de catorce años perdiendo la cabeza por un poema simbólico febril o por un grupo industrial neofolk que hace lo que nadie más se atreve a hacer: no estaría mal que Piel de plata sirviera para que lo recordemos.
Doble visión: el sol es un astro y un dios; los sueños son realidad plena; Piel de plata es aventura adolescente y tratado esotérico, poética antimoderna, conjuro psíquico. También, cabe sospechar, introspección personal hecha ficción alquímica. En ese cruce de verdades que no temen desconcertarnos, el lector reconocerá a todos los Javier Calvo, el de sus novelas pero también el de sus traducciones y lecturas: así, Barcelona y secundariamente Brooklyn son territorios (de nuevo) psicogeografiados como lo haría Iain Sinclair si tuviera sentido del humor, y los Ángeles fósiles de Alan Moore nos invitan a que visitemos el “Otro lado” que existe más allá de las tristes convenciones sociales, allá donde magia y arte toman cuerpo. A mí me parece que estamos ante un libro luminoso, porque en él todo conocimiento llega de noche. Y para cualquier cómplice del universo sombrío y liberador de Calvo, será una alegría mayor, un reencuentro feliz.