Entusiasmo
Pablo D'Ors
6 octubre, 2017 02:00Pablo D'Ors. Foto: Javier Velasco
De todos los proyectos insólitos que uno puede imaginar en el contexto de la narrativa española actual, uno que recorra en forma de trilogía la trayectoria vital de un sacerdote, empezando por el descubrimiento de su vocación, tiene que ser considerado el colmo del ir a contrapelo. Pues bien, es el caso de la nueva propuesta de Pablo d'Ors (Madrid, 1963), que con Entusiasmo inicia un relato fuertemente autorreferencial: su protagonista y narrador, Pedro Pablo Ros, es un muchacho que descubre la religiosidad en un viaje adolescente a los Estados Unidos, y al que en este primer volumen de su historia veremos dialogar con algunos maestros, ordenarse sacerdote, preguntarse el encaje de la fe con la política, el amor o el sexo, y entregarse a la vida misionera en Honduras hasta extraer del dolor ajeno una paradójica experiencia de la "belleza". Sin ironía (aunque quepa el humorismo), sin doblez (si bien registra las contradicciones del aprendizaje), sin cinismo: esta es una novela en torno a la fe. Ese es el conflicto que contiene Entusiasmo, el asunto que la define en fondo, forma, y anécdota.Puede que ese no sea lo que se dice un tema "urgente" ni un clickbait por el que vayan a pegarse los directivos de marketing, pero los lectores sabemos que lo religioso puede abrir caminos estilísticos valiosos (de lo sublime a las resonancias íntimas), preguntas densas que reverberen sobre lo contemporáneo, analogías estimulantes. Ahora bien, ocurre con Entusiasmo que el tono escogido por d'Ors es más didáctico o confesional-ejemplar que evocador de misterio, de modo que los interrogantes que su narrador va planteándose y las respuestas que tantea raramente logran trascender lo concreto. Su lectura equivale a recibir la promesa de un cuadro de Klee por parte de un artista que admira al pintor alemán, pero que finalmente entrega el retrato bienintencionado, pero átono o académico, de alguna virgen local.
Con un estilo explicativo, catequético, puntuado aquí y allá con signos de exclamación afectados ("¡qué bonito es vivir, Dios mío, qué bonito!", etc.), el texto se resiente de estar escrito desde una serenidad, sin duda humanamente admirable, que cortocircuita la comunicación con el lector que necesite algo más que el registro honesto de una vida eclesiástica. El protagonista del libro se dice a sí mismo: "Seré un enamorado, un poeta y un profeta"; en estas cuatrocientas páginas encontramos al enamorado de lo divino, pero faltan fuego y denuncia para avivar lo profético y tejido relacional para sostener lo poético. Más bien, tanto los extractos que anteceden a cada capítulo como las múltiples alusiones a Hermann Hesse animan a imaginar una intención de utilidad espiritual en la escritura del volumen; me temo que sólo lo logrará para aquellos que se encuadren en un marco religioso o cultural muy mimetizado con el del protagonista.
No sé si será porque ofrecen una excusa para el codazo laico y la complicidad en lo universal rijoso, pero diría que las páginas más volatineras de Entusiasmo tienen que ver con el amor carnal y el sexo. Las primeras veces que aparece, con un narrador entregado al zambombismo, uno casi cree haber encontrado una réplica católica (menos neurótica, más kitsch) a El lamento de Portnoy de Philip Roth: "Lo que [...] le costaba entender era que yo rezase el rosario y que luego me masturbase, o que me masturbase primero y luego rezara el rosario, el orden no era importante"; "satisfecho el deseo carnal, cavilaba sobre lo triste que debía de sentirse la Virgen ante mi conducta"; etc. Esos pasajes onanistas se permiten ser leves sin renunciar al planteamiento de un dilema éticos; esa ambigüedad sin malicia los eleva. Luego, cuando el narrador se encuentra con mujeres reales, la prosa deriva en "hermosas turgencias de una blancura incalculable" y otras fórmulas sin modernidad, ni antimodernidad, ni vértigo, ni luz natural; un tono, en fin, que redirige Entusiasmo hacia un camino estrecho.