Álvaro Colomer. Foto: Marta Calvo
Aunque caminen por el valle de la muerte es una novela que cuenta una batalla, pero si esa afirmación parece situarla en el territorio del relato bélico, lo cierto es que en buena medida es también una novela política, o si lo prefieren histórica, en fin: una novela sobre las consecuencias que los aspectos más cortesanos de la política tienen sobre la historia y los individuos.Álvaro Colomer (Barcelona, 1973) dedica un tramo significativo a los prolegómenos del estallido violento, anunciándolo poco a poco a fuerza de errores y provocaciones; luego, cuando todo haya acabado, también se detendrá en las cicatrices morales y psicológicas que el combate deja en sus participantes. Ambas decisiones hablan de la onda expansiva de la violencia, de la conexión íntima de todos los acontecimientos.
Es la idea vertebral del libro, que tiene siempre como telón de fondo el atentado del 11-M en Madrid y el traspaso de poderes entre los gobiernos de Aznar y Zapatero, cuyas desavenencias acerca de Irak van a dejar vendidos a unos soldados para quienes el heroísmo estará vetado, incluso cuando finalmente les dejen comportarse como valientes: demasiado tarde para que nadie se lo reconozca. El núcleo central de la novela lo ocupa la recreación de la batalla desde perspectivas múltiples, limitadas, contrapuestas.
En esas páginas el ritmo es acelerado, hasta sincopado, y se leen con sensación de urgencia; esta descripción de la experiencia lectora no es una apelación a lo entretenido de la novela, sino el reconocimiento de un logro artístico: la verosimilitud de esas páginas veloces llenas de confusión (pero en absoluto confusas) se cuenta entre las buenas recreaciones bélicas que uno ha leído en la narrativa reciente, norteamericana incluida.
Lo que le ocurre a la Brigada Plus Ultra II, destinada en Najaf, es lo siguiente: el gobierno saliente no tiene ni la más remota idea de por qué ha enviado soldados a Irak, más allá de intereses colaterales; el gobierno entrante no tiene todavía ningún poder efectivo, y en todo caso aspira a sacar corriendo a sus contingentes del país. De modo que las órdenes son aguantar en el terreno sin gastar una sola bala, ni efectuar operaciones, ni meterse en ningún lío. Pero los soldados sí están en Irak, rodeados por la miseria y el odio, conviviendo con marines norteamericanos y descarnados militares salvadoreños y mercenarios de la temible empresa paramilitar Blackwater. Ser soldados sin poder ejercer como tal los relega al ridículo y la humillación, en el mejor de los casos; y a ser vistos como traidores por los demás, en caso de batalla. Eso es exactamente lo que ocurrirá.
Colomer presta mucha atención a la cadena de mando y el modo en que transmite o contradice las órdenes superiores, acercándose a una fábula sobre los límites de la Norma. El trazo psicológico de sus personajes es abrupto, sin sutilezas (no ha lugar) pero muy eficaz. En cuanto al debate sobre la calidad documental de esta ficción basada en hechos reales, todo lo que he leído me predispone favorablemente. Sea como sea, la novela es muy buena e intencionadamente incómoda para un país como el nuesto, que no libra batallas y, si lo hace, no quiere contarlas.