Vernon Subutex, 2
Virginie Despentes
24 marzo, 2017 01:00Virginie Despentes. Foto: C. Bertini
¿Cómo se pasa de ejercer la prostitución y escribir una novela trash, Fóllame, a ser miembro de la Academia Goncourt y recibir los elogios unánimes de la más exigente crítica francesa? ¿Cómo se produce esa transición con un puñado de libros? Pues con gran dosis de talento para adentrarse en los límites del submundo urbano del siglo XXI y una visión propia de la realidad humana.Llamar a Virginie Despentes (Nancy, 1969) "niña terrible" de las letras francesas es incluirla en una pandilla de dinamiteras chicas malas burguesas. Despentes es con todas las de la ley una escritora maldita, de la estirpe de quienes exploraban los límites porque vivían en los límites. Digamos Djuna Barnes, Genet, Celine, Bukowski... Y pertenece a esa genealogía por su biografía de alcoholismo y vértigos sexuales, por su literaria ferocidad realista, cuajada de verdad vivida en carne propia. Enfangarse en la mugre de los bajos fondos, descender al infierno de la marginalidad, diseccionar el nuevo orden sexual, intuir la caída vertiginosa de quienes acaban fuera de la sociedad, son ideas que afloran inmediatamente cuando se habla de Vernon Subutex 2.
En el parque Buttes-Chaumont, al noreste de París, donde pululan marginados, prostitutas y toxicómanos, se refugia Vernon Subutex, un sintecho de última generación que tuvo una vida mejor y una tienda de vinilos frecuentada por una clientela amante de la música. El fracaso de Vernon desemboca en una huida y una existencia entre vagabundos. Vernon se refugia en las catacumbas de la sordidez, mientras lo buscan unos cuantos personajes de su vida anterior.
La extraña pandilla, una acosadora cibernética, varias exestrellas del porno, un guionista frustrado, un profesor argelino laico y su hija reconvertida al islam, está relacionada, de un modo u otro, con unas grabaciones que un conocido ídolo del rock, Alex Bleach, dejó en manos de Vernon Subutex antes de morir. Pero este extraño conglomerado de seres está unido por algo más; en todos ellos se han ido desplomando los pocos sueños que tuvieron. Liberados de cualquier expectativa se funden con los vagabundos del parque, marcados por la misma sensación de fracaso.
No he citado a Bukowski en vano. Despentes ha confesado que pasó de la depresión a un atracón de Bukowski. Las huellas del "viejo indecente" están en el habla coloquial de la novela. Para algunos, Despentes, con esta segunda entrega de una trilogía que convierte las fronteras sociales en una visión lúcida del mundo contemporáneo, está dirigiéndose, como Balzac, a realizar un mapa de la experiencia humana. Pero la época de Balzac invitaba a deslizar algún juicio moral. En ese aspecto, Despentes es hija de su tiempo. Nadie queda en la picota. Esto es lo que hay: la desesperación que cae sobre los débiles como la peste, el sexo obsceno y sin amor, la inevitable cuesta abajo.
La autora se transmutará en cada uno de los antihéroes, pisará el mismo barro con comprensión y análisis inteligentes. Las mediocres vidas, su descenso hacia la escoria social serán asuntos a transfigurar literariamente. El desarreglo de los personajes desahuciados encontrará un camino de regreso a casa, en el que al final hay un mínimo latido de esperanza.