Per Olov Enquist
En su infatigable interés por dar a conocer en España las literaturas del norte de Europa, publica Nórdica La partida de los músicos, de 1978, novela en la que Per Olov Enquist se sumerge en los orígenes del socialismo en Suecia. No hace falta subrayar la importancia de ese big bang obrero en la tierra que luego inventaría y perfeccionaría el Estado del Bienestar a lo largo de más cuarenta años ininterrumpidos de gobiernos sociademócratas.Enquist recrea el mundo gélido, matriarcal y puritano del norte de Suecia entre 1903 y 1910. Es una realidad que el escritor conoce bien, pues nació en el golfo de Botnia, en la aldea de Hjoggböle, en 1934. Su madre lo educó en un pietismo radical crudamente representado en la novela. Estamos en un lugar en el que el hielo cruje como en una maldición bíblica. "Los cambios en este valle de lágrimas debían ocurrir con el máximo esfuerzo y preferiblemente con tanta lentitud que no se notaran". El narrador explicita ese ambiente opresivo como "una singular mezcla de piedad y sentimentalismo, rigor y vulgaridad, calidez y frialdad, vigor y muerte".
Con más bien poca suerte, sucesivos agitadores sindicales llegan a ese rincón perdido del mundo a difundir el evangelio de la lucha obrera. Enquist se basó en documentos reales para reconstruir la historia de estos pioneros que hubieron de batallar también contra los propios trabajadores, convencidos de que la protesta era contraria a los preceptos de Dios. El pastor -y las mujeres, cabezas religiosas en la casa- presionaba a los feligreses, que a menudo reaccionaban contra los visitantes con violencia. Asistimos así a las primeras tensiones entre huelguistas, esquiroles y soplones a sueldo de los patronos. En La visita del médico de cámara, Enquist ya se trasladó a la Dinamarca del XVIII, en donde se abría paso la Ilustración. En esta novela, trata de explicarse cómo de la oscurantista Suecia pudo surgir un proyecto civilizatorio de tanto calado como el Estado del Bienestar.
Merece destacarse el trabajo de los dos traductores, que han batallado con el endemoniado dialecto de los personajes -incomprensible en Estocolmo- de una manera arriesgada, pero eficaz: recurriendo en los diálogos a una variante del aragonés pirenaico a la que el lector, por suerte, no tarda en acostumbrarse.
UN DIOS
Aquí yace un dios que no habrá comprendidomejor que nosotros. Que no habrá amado
como puede hacerlo un niño. Que era torpe,
que fue violento, falto de las palabras que clarifican.
Y que murió sin haber hecho uso
de sus poderes, igual a nosotros en esto.
Uno que no dejó de asombrarse de ser
como lo hacemos nosotros, en nuestros últimos días.
¿Fue un hijo? Sí, pero rebelde,
un hijo que insultó a su padre y decidió
morir, por desorden de su orgullo.
Pero que habría querido, al menos una hora, vivir,
tomando de la mano al niño que él no pudo
ser, aunque tantas veces con las mismas lágrimas.