Miguel Ángel Hernández. Foto: Javier Carrión
Empecemos por el final, por concluir que esta es una novela cautivadora, de las que se atreven a proponer otra mirada sobre los grandes temas (amor, tiempo, memoria, creación), a enfocarlos desde un ángulo cuya bisectriz ha sido trazada con ideas tomadas de grandes voces del pensamiento universal (Benjamin, Barthes, Stoichita) y a componer una novela que narra el proceso que rodeó su escritura hasta hacer posible el relato que leemos. Y este llega a ser un excelente relato porque lo articula la propuesta de crear sentidos sobre un triple eje: el significado de experimentar el tiempo, de recuperar una historia de amor perdida en el tiempo, y descubrir en la escritura el único vestigio que otorga realidad a lo que ya no está.Hay que decir que un texto tan rico y elaborado, capaz de componer una ficción que aglutina arte y literatura, logrando un equilibrio siempre difícil en esta clase de discursos, es obra del escritor, crítico y profesor de Historia del Arte Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977), quien ya hizo gala de un brillante discurso narrativo en Intento de escapada (2013).
El instante de peligro, su segunda novela, propone una trama de ideas que dan cuerpo a una narración sobre ese momento único en el que (siguiendo el postulado de Benjamin, de quien se sirve para poner el marco estructural al proceso que representa la novela) es posible articular el pasado, y apoderarse de un recuerdo en el instante en que "relampaguea". La resolución argumental de un asunto de tan difícil concreción es la siguiente: Martin, escritor y profesor de arte en una universidad española, escribe una larga carta a una mujer de su pasado en la que va dando cuenta del proceso que le fue llevando a escribir lo que escribe, movido por los vaivenes de la memoria. Cuenta cómo en un momento de su vida en el que no aparecía proyección alguna, ni en su plaza de profesor ni en el libro que pretendía escribir, le llegó la propuesta de participar en el proyecto de una joven artista italiana. Su cometido era proporcionar la historia escrita a una película en blanco y negro que solo ofrecía un único plano fijo con la silueta de un hombre, en una pared, en medio de un bosque. Debía ponerle el pie de foto. Así daría sentido a esas imágenes.
Seducido por la idea y por el lugar de encuentro (Williamstown), donde él es-tuvo becado un curso (doce años atrás), y donde conoció a la destinataria de la carta, decide dejarse arrastrar por la zozobra interior que en él desata la urgencia por encontrar la historia de esa "sombra" que reverbera en la pantalla. El proceso de investigación y creación que emprende, abre el discurso a situaciones que animan la acción y amplían el significado de lo que esa estancia representa en su vida, y de lo que significó participar en ese proyecto artístico titulado "Fuisteis yo", sobre historias que ya nadie recuerda.
Las deducciones las pone el lector siguiendo sus guiños: le habían pedido un escrito que diera sentido a unas imágenes, y escribiendo su historia, la que vivió tiempo atrás, e insertándola en el presente continuo de este relato a dos tiempos, encontró el modo de habitarla, de proyectar sobre ella otra mirada.