Segunda persona del singular
Sayed Kashua
11 diciembre, 2015 01:00Si una novela no enriquece tu conocimiento del mundo, de la vida, tampoco merece la pena leerla. La originalidad temática es rara, porque las sociedades desarrolladas se parecen cada vez más entre sí, por eso cuando aparece un escritor de talento con señas de identidad inusuales estamos de suerte. Sayed Kashua (Tira, Israel, 1975) es un árabe israelí que escribe literatura en hebreo, y los lectores desde la primera línea nos preguntamos sobre su encaje en la sociedad israelí donde vive. Y la respuesta no defrauda.
La novela enseguida engancha, porque aunque sucede en Jerusalén, donde el conflicto entre árabes y judíos llena cada día las calles, los autobuses, de flores de sangre, el autor sabe presentar ese espacio de difícil convivencia desde una perspectiva desconocida: la de su protagonista, un abogado de clase media alta que vive en medio de la sociedad judía de Israel que ningunea, y el verbo quizás se quede corto, a los musulmanes, un 20 por ciento de la población. Los árabes que viven en Israel pierden su nacionalidad, sus derechos, por casi nada.
¿Cómo se consigue mantener la frialdad cuando la policía te trata como un ciudadano de segunda clase? Pues con paciencia y humor, como en La vida es bella, de Benigni. La vida del abogado transcurre sin mayores sobresaltos. Su bufete florece, defiende a cuantos árabes chocan con la ley. En los arbitrajes, sabe defender a los más fuertes. Su estatus social es de plena adaptación a los ideales del burgués israelí de clase media alta. Conduce un Mercedes, trabaja en una oficina situada en un buen barrio judío y sus hijos van a un estupendo colegio privado mixto (árabes y judíos), donde aprenden hebreo, lo que facilitará su futura integración en la sociedad judía. Su mujer trabaja en asuntos sociales, y desempeña las labores del hogar. Sólo en la esfera personal hay algún problema. El sexo, por ejemplo, nunca parece satisfacer al abogado. De hecho, su mujer tardó meses en tener un orgasmo; sólo cuando él aprendió a pensar en otras cosas mientras hacía el amor consiguió satisfacer a la esposa.
La vida social del matrimonio resulta también restringida, pues sólo se relacionan con personas como ellos, árabes que tienen éxito en la sociedad judía. Se reúnen, intercambian información sobre colegios, restaurantes, etc., y a su manera se congratulan de haber alcanzado el bienestar burgués basado en el económico. Durante esas reuniones hablan de libros.
El abogado cada jueves pasa por una librería, y se deja tentar por algún clásico de segunda mano. Así adquirió la Sonata de Kreutzer, de Tolstói. Cuando se puso a leerlo, de entre sus páginas cayó un papelito en árabe con la letra de su mujer donde daba las gracias a un hombre por una noche maravillosa. Los celos se apoderan del abogado, y se abre una línea temática complementaria, el relato de la juventud de su esposa, quien antes de casarse trató a Amir, que en sus horas libres cuidaba de un tal Yonatán, un joven que tras un intento de suicidio había quedado como un vegetal. La mujer del abogado fue con Amir a una fiesta. El nudo de esta historia es que al morir Yonatán, Amir asumió su identidad pensando que su vida como artista judío sería más fácil que como árabe.
La novela explora a fondo el asunto de la identidad personal, a través de los problemas derivados de la mezcla de lo árabe y lo judío, de la libertad de la mujer, y de Amir. Kashua se inspiró para escribirla en el hecho de que sus hijos juegan en el mismo patio del colegio con el hijo del primer ministro de Israel. Su lectura obligará al lector a revisar sus prejuicios.