Guadalupe Nettel. Foto: Antonio Moreno
Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) ya había rondado el Premio Herralde en 2005, y lleva desde entonces instalada en el catálogo de Anagrama y en el circuito de los escritores que generan razonables expectativas. Sin embargo, Después del invierno, con o sin premio de prestigio bajo el brazo, es una novela que, por muchas razones, no alza el vuelo en ningún momento. Si en El Cultural las reseñas se encabezaran con un título, el de esta podría muy bien ser: “Una novela asediada por el cliché”. Trataré de explicarme. Nettel plantea una trama de dos historias cruzadas entre personajes intensitos que habitan el eje Nueva York-París: él, Claudio, es un cubano parapetado tras un discurso misógino y descarnadamente automático para no mostrar sus debilidades; ella, Cecilia, es una mexicana que no se sabe bella y vive con una economía precaria en la ciudad de Baudelaire, arrastrando sus complejos y carencias. En Nueva York, la gente vive en lofts de Brooklyn (y entendámonos: esos lofts existen); en París, lo hacen en apartamentos diminutos que dan a cementerios románticos (y bien, quién duda de su existencia). Estos personajes tienen, a su vez, relaciones con otros: una pija neoyorquina cincuentona, un hombre enfermo que habla como quien recita La tierra baldía. Y es cierto que, en ocasiones, las relaciones que se establecen entre estos personajes le permiten a la autora alguna reflexión honesta y muy compartible sobre los celos retrospectivos, el engaño o la relación entre amor y fragilidad. Pero son chispazos insuficientes, porque en conjunto la propuesta oscila entre el déjà vu y la estampita, y sus personajes, que deberían estar en el límite hasta resultar extraños y anómalos (eso anuncia al menos la contraportada del libro), acaban resultando convencionales. Ello se debe a que la banda sonora que los acompaña es perfectamente previsible (Jarret, Drake, Cooder... Nada que decir, pero nada que subrayar), sus retóricas muy planas, sus acciones más que reconocibles. En la guerra contra el cliché, Después del invierno es una batalla perdida: cierto que Nettel es escritora, y que a veces alza el vuelo porque sabe hacerlo (“¿qué es lo que uno ama en el otro? Yo creo que el estilo”), pero por desgracia es más frecuente que escritura y trama se den la mano en forma de lugar común. Los ejemplos saltan con una regularidad insalvable: París “es una cincuentona temperamental y con mucha clase” donde se bebe Moët & Chandon, los amantes piensan en cómo era “mi mundo” antes de conocerse, Cecilia no es consciente del “inmenso poder de su belleza”, las Variaciones Goldberg o son las de Glenn Gould o no son, hay “sesiones de sexo violento”, el gran macho cubano esconde su pequeño trauma homosexual... Son solo algunos ejemplos, pero deberían bastar para reconocer una naturaleza muerta. Tampoco las dos voces en primera persona que ejercen la narración adquieren un relieve convincente; pienso sobre todo en la de Claudio, hecha de subrayados gruesos que no valen ni como parodia ni como psicologismo. En el clímax narrativo, Nettel encara muy seriamente el drama que se lleva entre manos, y eso el lector lo reconoce y agradece; pero por desgracia, entrar en la propuesta se reveló imposible mucho antes. Hay algo demasiado plano en Después del invierno, algo demasiado acomodaticio y acartonado, irrelevante. No sé a qué apela esta novela.
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