Belén Gopegui. Foto: Santi Cogolludo
Leyendo un libro de entrevistas con J. G. Ballard publicado por la editorial argentina Caja Negra, Para una autopsia de la vida cotidiana, topo con una preocupación nada secundaria del autor de Crash: "muchos novelistas que escriben en la actualidad", dice Ballard, "han aceptado que ya no vale la pena ocuparse de las cuestiones principales del mundo, y se han retirado a las provincias de la imaginación, sin afrontar los desafíos centrales del presente". Y aunque no tengan nada que ver, la cita me resulta enseguida apropiada para explicar El comité de la noche, la nueva novela de Belén Gopegui (Madrid, 1963): aquí, como en otras ocasiones, la novelista española afronta preguntas políticas de urgencia y calado, nada provinciales. En última instancia, cabe decir que afronta la pregunta del poder y del modo en que debe ser fiscalizado y combatido individual y colectivamente.Por supuesto, en una novela que debe ser explícitamente calificada como ‘política' siempre caben debates interesantes, oportunos y hasta inevitables: no ya la polémica frecuente sobre el compromiso en la narrativa o el peligro del panfleto (en ningún caso diría que El comité de la noche lo es), sino también la discusión en torno a la forma literaria que una novela así debe adoptar o, más elementalmente, el grado de acuerdo del lector con la ideología de la autora, que puede caricaturizarse diciendo que la palabra "Estado" es citada en el libro con solemnidad poética y esperanzada.
Pero si vamos a lo que tiene cabida en esta breve reseña, les advertiré que en El comité de la noche (novela muy en sintonía con la anterior de Gopegui, Acceso no autorizado) encontrarán, a grandes rasgos, dos fórmulas literarias distintas para narrar lo que podría calificarse con exactitud de thriller farmacéutico: a un lado, la corrupción criminal de quienes quieren privatizar la sangre, convertirla en negocio aprovechando la desesperación de los miserables; al otro, una serie de personajes atrapados por sus propias circunstancias que deben escoger, a lo Camus, entre la Justicia y sus dolorosas circunstancias. Esas dos fórmulas son, por un lado, una prosa densa, muy propia de la autora, que da forma al pensamiento político e íntimo de sus personajes; y por el otro, una estructura mucho más ágil que desarrolla una trama perfectamente asimilable a un Le Carré, con abundancia de diálogo ligero (y en algún momento un poco desmañado).
En el caso de este lector, la prosa acumulativa y con voluntad más profunda de Gopegui logra tenerme en vilo, lápiz en mano, asintiendo o discrepando pero convencido de la pertinencia de leerla: no tienen desperdicio sus aproximaciones al fenómeno tecnológico (las redes sociales serían "una especie de gran huelga de celo literaria"), a la clandestinidad combativa, al parado como presencia a la que sacar provecho. Por lo demás, una lectura epidérmica y oportunista puede llevar a pensar que un fantasma recorre la novela: Podemos y el 15M. De nuevo, insisto en que no interpreto El comité de la noche en un sentido provincial: su marco es mayor, y ese runrún puede estar presente, del mismo modo que debe ser la primera novela española que ya incorpora una mención a "Felipe VI"; pero sus dispositivos apuntan más lejos. En cuanto a sus componentes más convencionalmente propios del género de espionaje, la cosa más o menos funciona pero a mí me seduce menos. En cambio, conviene recordar que Gopegui sigue siendo una autora muy precisa y duramente tierna en el retrato de las relaciones íntimas, familiares y de pareja: también en este campo, en absoluto ajeno a la dimensión política, escribe cosas necesarias y de altura.
La presentación de la novela, muy sugerente, ya apunta deliberadamente a una narrativa de espionaje, y advierte que en este libro una Organización Clandestina está activando varios "documentos narrativos", como quien activa a un agente durmiente. ¿La razón? "Si el poder de una historia tiende a ser ínfimo, lo cierto es que también resulta incontrolable". Es, por supuesto, una definición de la literatura. Y es válida y coherente con todo lo que Gopegui desarrollará a continuación, especialmente con el personaje del escribidor que cuenta las vidas de los otros por encargo y acabará reviviendo un fantasma. Porque otra definición de la narrativa que opera en el seno de El comité de la noche es esta: una forma de acercarse a los otros. Y si quieren un veredicto sobre la novela, diré que a mí me ha interesado, por encima de altibajos o discusiones que quedan pendientes.