Esta novela de Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) es la versión española del original catalán aparecido hace un par de años, y no deja de ser curioso que la historia narrada -la caída de Barcelona ante las tropas de Franco poco antes de concluir la guerra civil- haya sido objeto asimismo de varias narraciones aparecidas recientemente. Por suerte, el autor ha sabido esquivar cualquier analogía, fuera de esta coincidencia genérica, y ha fijado su atención en un panorama de Barcelona poco frecuente: el de la ciudad bombardeada y con el enemigo a las puertas, convertida en un orbe de gentes que tratan de sobrevivir mediante la huida, la delación o el expolio.
Nos encontramos ante un submundo en que la palpable falta de autoridad y el desorden puebla las calles de soldados desertores y borrachos -o falsos, como es el caso del general impostor Bum Bum-, de niños que juegan a la guerra entre dos bandos (los moros y Negrín), de sacerdotes y monjas que ocultan su naturaleza religiosa, de asesinatos que nada tienen que ver con enfrentamientos ideológicos y sí con rencillas y venganzas personales, de tapias y cunetas donde se amontonan cadáveres de la noche anterior, rápidamente despojados incluso de sus prendas de vestir que serán luego utilizadas o vendidas.
Pocas veces puede verse estampado en letras de molde un panorama más sombrío de la Barcelona sitiada y hambrienta de 1939. El protagonista, Víctor, es un miserable que juega a dos bandas: por una parte pertenece al SIM y por otra es un quintacolumnista encargado de transmitir noticias falsas y desmoralizar a los sitiados. Como miembro del SIM ostenta cierta autoridad, que le ha permitido durante meses entrar en inmuebles vacíos o abandonados y apoderarse de objetos de valor, que guarda cuidadosamente como resultado de “varios meses de requisas y expoliación” (p. 14). La única de sus acciones que podría considerarse noble -la búsqueda y liberación de un preso republicano- está lejos de ser desinteresada, ya que se debe sólo al propósito salaz de retener con él a Palmira. Cuando la toma de Barcelona se ha consumado y miles de personas y vehículos han emprendido una marcha penosa y desesperanzada hacia la frontera francesa (“por las carreteras la masa fugitiva alzaba polvaredas de humillación”, p. 110), Víctor va y viene con su ostentoso Studebaker, dudoso ante la posibilidad de irse o de volver hacia la Barcelona ocupada, donde su ejecutoria de quintacolumnista le asegura un futuro sin riesgo.
Este vaivén, este avance hacia Gerona y la frontera seguido de un retroceso al punto de partida, representa muy bien esa doble faz desleal en la que se ha amparado durante los años de la guerra. La justicia poética condenará al fracaso su propósito con Palmira y le proporcionará un horizonte amenazador. Como en otros aspectos de la historia, Barcelona cae deja en el aire, sugeridos, numerosos interrogantes acerca del destino final de los personajes -salvo en el caso de Valeri, truncado por él mismo- y, en suma, apunta más que dice.
En este sentido, Valentí Puig ha construido con extraordinaria habilidad su relato, sobre cuyas acciones planea una especie de bruma informativa que el lector debería deshacer para completar o ampliar la historia, imaginar una continuación o, en suma, construir mentalmente otra novela con los materiales no desarrollados en ésta. La concisión expresiva y a veces casi ascética no impide dejar desperdigados en muchas páginas indicios suficientes para ello.
Y poco hay que decir del lenguaje y la traducción, en general impecables, aunque alguna vez brote un símil sumamente vago y de difícil concreción (“sonrieron a medias, con el tipo de indiferencia cruel que se aprende en ciudades que pierden las guerras”, p. 104), un recuerdo tópico (“olía a sangre, sudor, lágrimas”, p. 81) o algún anglicismo innecesario, como “reportar” (p. 40) por ‘informar'.