Edaf. Madrid, 2013. 128 pp, Ebook: 7'59 e.

Como las dos novelas anteriores de la trilogía de Bretaña, El lejano reino de la Vía Láctea se localiza en el espacio mítico de Escandoi, cuyo corazón está en el Sillobre natal del autor y que abarca las tierras del obispado con dos capitales en Mondoñedo y Ferrol, con subterráneas conexiones con el territorio de Terra Chá (Tierra Llana). Ahí está el Reino de la Vía Láctea, en la Última de Todas las Bretañas Posibles, de donde nace, como libro de expiaciones, esta novela de muertos, envuelta en voces de ultratumba que el narrador enlaza en fragmentario desorden como única vía de volver al mundo en que nació. Este narrador en primera persona, que se dirige a un destinatario explícito ("Meuirmán": mi hermano), descubre rasgos del autor, desde su nacimiento en Sillobre hasta recuerdos "de un tiempo anterior al de la llegada del Hombre a la Luna" (pág. 43). Se trata de una memoria compartida con su hermano. Y ambos pueden recordar un tiempo mágico de Galicia que vio cómo se iban perdiendo sus costumbres y creencias.



En el fantástico relato del narrador aparecen personajes de novelas anteriores, como León de Bretaña, Emperador de aquel reino, ahora resucitado; el Morgado de Escandoi y el Mago Merlín, también llamado Manolo Merlín Nigromante. La novedad radica en que ahora el resucitado emperador del Reino de la Vía Láctea espera, entre los muertos, la visita de los Reyes Magos. Y a ella se suma un alienígena que quiere entregar a sus majestades orientales tres rosas marcianas. Así, entre fantasías imaginadas por el narrador, que cuenta lo que ve o sueña en su mágico eterno presente, descubrimos la reivindicación de unos modos de vida extinguidos en aras del progreso. Y al magisterio de Cunqueiro y Torrente Ballester hay que añadir el de Benet en una prosa envolvente y meándrica, hasta llenar más de una página con una oración.



Con La asombrosa conquista de la Isla Ballena (Eurisaces, 120 p., 19'50 e.) el ciclo novelesco se ha convertido en tetralogía. El narrador acompaña al Monarca Resucitado en la conquista de Isla Ballena para ensanchar el Reino de la Vía Láctea. Y, en compañía de personajes ya conocidos y desde el mismo eterno presente que habitan los muertos redivivos en la novela, construye otro fascinante relato en el que se armonizan la épica de la aventura, la nostalgia en la rememoración lírica y el magisterio de Cunqueiro en la invención y el de Benet en el estilo.