Irving Welsh
Algo peculiar de la novelística de Irvine Welsh (Escocia 1958), tanto en su obra maestra Trainspotting (1993), llevada al cine con éxito, como en la presente, es que, a primera vista, parecen textos destinados a una lectura rápida, como las columnas de un periódico, y al olvido. Tampoco pertenecen a tradición literaria alguna ni siguen las convenciones habituales, simplemente estos libros escarban en el corazón oscuro de la realidad, intentando mostrar cómo la injusticia social desangra el cuerpo de sus víctimas. Lo que los hará perdurar proviene de la genial representación de cómo un programa político, salvajemente asocial, afecta a los ciudadanos, en especial a los de abajo. Se refiere en concreto a las políticas de Margaret Thacher y a los conservadores ingleses que llegaron al poder en mayo de 1979, para llevar a la juventud al desempleo, y, por consiguiente, a la desesperación, al alcohol, a las drogas, a la marginación, mientras los banqueros de la City vivían la fiesta desenfrenada de las privatizaciones.En Skagboys, los chicos de la heroína, se relata la juventud de Mark Renton y compañía, los jóvenes adultos que conocíamos de Trainspotting, de cómo llegaron a ser heroinómanos y pequeños delincuentes. Parece ser que estás páginas formaban parte de la primera novela y que fueron suprimidas para que el texto permaneciera manejable. O sea, que damos marcha atrás en el argumento, y vemos cómo los designios políticos destruyeron a sus propios ciudadanos, el futuro de una generación entera de muchachos.
La novela tiene un gran comienzo, cuando unos mineros acuden a protestar por el cierre de sus pozos, llegan en autobuses a ejercer su derecho a la huelga, juntos padres e hijos, y son brutalmente dispersados por la policía, que los estaba esperando. Las heridas, la vergüenza, la derrota infligida por quienes han jurado proteger tus derechos cívicos, supone la primera mácula. Los viejos sabrán que la sociedad ya no los necesita, los jóvenes que los empresarios, quienes les contratan sin cobertura alguna, son "la clase de pequeño empresario que tanto adora la Thacher: una capullo avaricioso, espiritualmente muerto" (pág. 42). Se certifica el modo en que se clausuró el sueño inglés, de quienes hasta hace poco se sentían invencibles: "me encanta ser yo: un tío de clase obrera, joven e inteligente, oriundo de las islas. ¿Qué más puede pedir un ser humano?" (pág. 53). Todas las historias aquí contadas duelen, pero ninguna tanto como la de Mark Renton. Es un chico de clase obrera, que lleva una doble vida; durante la semana, estudia en la Universidad de Aberdeen, saca buenas notas, tiene compañeros que le aprecian, mientras los fines de semana regresa a su ciudad, donde se reúne con su pandilla, beben, toman pastillas, ligan con las chicas. Renton llega a tener una novia estupenda, Fiona, de quien está enamorado, pero un día, agobiado por las continuas decepciones, las presiones sociales, prueba la heroína, y desde entonces su vida cambia, la universidad no le interesará, e incluso dejará al amor de su vida. "¿Me... me vas a dejar -le pregunta Fiona- porque quieres pasar más tiempo metiéndote heroína?" (pág. 230). "Sí", es la respuesta, que desarma al personaje y al lector.
Cerraremos las páginas del libro con la conciencia de que ciertos programas políticos suponen la imposición de los intereses de una clase social poderosa a los débiles.