Mark Z. Danielewski
¿Y a estas alturas, puede uno escribir una reseña de La casa de hojas? ¿Después de tanta expectación y celebración? Las setecientas páginas escritas, o diseñadas, por Mark Z. Danielewski (Nueva York, 1966) constituyen el libro del año. Al menos, en ciertos ámbitos. Por eso, uno tiene la sensación de que esta vez debería empezar posicionándose respecto de todo este revuelo. ¿Y bien? Pues La casa de hojas me parece un libro sensacional y divertido, suficientemente retador e ingenioso, muy disfrutable. Pero aparquemos los ditirambos.Aquí tenemos un texto escrito por un tal Zampanò, anciano y ciego, que constituye el análisis secuencia por secuencia de una película titulada El expediente Navidson, documental sobre una familia que habita una casa en la que el espacio es imposible e inestable, y la oscuridad una amenaza constante. Este trabajo está prologado y anotado por Johnny Truant, un tipo que trabaja en una casa de tatuajes y al que la lectura del manuscrito de Zampanò arrastra a un estado mental igual de imposible, inestable y oscuro que el de la casa (¿es la casa un estado mental? Puestos a preguntar...). Finalmente, tenemos también las notas que introducen otros editores. Completan el volumen un montón de paratextos, desde poemas a collages visuales pasando por correspondencias privadas y piradas o un índice temático estrafalario.
Otra forma de decirlo es que La casa de hojas nos presenta una novela de Stephen King brutalmente potente y la rodea, penetra, linkea o multiplica a base de transgresiones visuales e ingeniosas bromas para estudiantes de la Ivy League. Como escritor "de terror", Danielewski impresiona. Tiene tanto talento para crear imágenes y atmósferas, y es tan sorprendente que logre hacer ambas cosas escribiendo sobre un reverso espacial sin luz y casi sin atmósfera, que el lector tiene que quitarse el sombrero. La escalera de la casa es desasosegante. Las apelaciones directas al lector provocan el pertinente mal rollo. Y de pronto todo huele a Lovecraft, o a Poe o a la lógica borgeana, justo antes de brindarnos algo que veo poco mencionado en las reseñas: algunas páginas muy reconfortantes sobre el amor.
Pero lo que hace llamativa La casa de hojas, para bien o para mal ya lo decidirá el lector, es todo el aparato metatextual. Que no está sólo al margen de lo novelesco, sino en sus entrañas: recordemos que el cuerpo narrativo central del libro es el estudio textual de una película. Antes he hablado de "bromas", pero eso no significa que Danielewski se limite a hacerse el ironista: su libro vale como metáfora de la(s) lectura(s), como ilustración de la imposibilidad de retener o fijar los hechos, o como otras muchas cosas impresionantes que Danielewski deja caer aquí y allá, juguetón, contradictorio. Por ejemplo, cuando pregunta: ¿qué es un símbolo? Sin embargo, a mí me seduce el humor que recorre toda esta historia de sobreinterpretaciones, derivaciones y pasillos cuánticos. Las parodias descacharrantes de Camille Paglia, Harold Bloom o el mismo King. Los títulos despampanantes de la bibliografía. Los listados eruditos puestos del revés como cruz invertida.
Obviamente, esta reseña es muy positiva. Sin embargo, al principio he prometido aparcar los ditirambos. Un ditirambo sería decir que La casa de hojas es tan buena como Melville, o muy rompedora, o simplemente que es una obra maestra. Un ditirambo, o al menos un equívoco, es ponerse demasiado solemne cuando estamos, sobre todo, ante un libro molón: asusta, se ríe, es una maqueta (casi arquitectónica) preciosa e invita a alargar la charla, lo digo sin sarcasmo, en el bar de la facultad.