El francotirador paciente
Arturo Pérez-Reverte
29 noviembre, 2013 01:00Arturo Pérez-Reverte
Se dice coloquialmente que un autor siempre escribe el mismo libro. Con mayor rebuscamiento, los medios académicos hablan de visión del mundo unitaria. Se diga como se diga, se reconoce el sólido fondo de inquietudes que mueve a un escritor y el puñado de principios que sustenta una obra. A partir de ahí, podrá ésta tomar rumbos muy diferentes y aun parecer sus piezas de padres distintos, pero siempre responderá a ese rasgo de los buenos autores. A un lector epidérmico puede causarle Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) la engañosa impresión de novelista disperso a causa de la variedad de formas y de anécdotas de sus libros. Sin embargo, el cartagenero viene reescribiendo, desde El húsar, el magistral relato corto que le dio a conocer, el mismo texto, lo encarne donde lo encarne, incluido el popular Alatriste: esa escritura homogénea consiste siempre en la exposición de un conflicto de valores. Solo un año después de uno de sus mejores libros, El tango de la Guardia Vieja, publica El francotirador paciente. Salvo por el gusto de hacerles recorrer a los personajes una dispersa geografía, en nada se parecen las pretensiones, en aquél, de un galán humillado por gente poderosa y la marginalidad antisistema de los grafiteros recreada en éste. Pero ambos dan una nueva vuelta de tuerca al mismo problema básico: el peso de una conciencia recta en el comportamiento humano.El "francotirador paciente" del título es un misterioso grafitero, Sniper, al que siguen con fe ciega legión de jóvenes a quienes impulsa a correr máximos riesgos en sus pintadas de intencionalidad subversiva. Una experta en arte urbano, Lex, recibe el encargo de localizarlo y negociar su consagración como artista. Esta línea se empareja con el análisis de las pasiones que justifican una existencia. Las vicisitudes del argumento, bastante accidentado en sus detalles menudos, constituyen el armazón de un thriller que evoluciona a un western. Al final, Lex y Sniper saldan cuentas en un encuentro a muerte.
Esta trama sostiene un asunto esencial relativo a una incompatibilidad ética, y en eso se detiene el autor con un rico aparato psicológico y especulativo. Aunque ello sea el sostén último de la novela, ésta es en primera instancia un texto narrativo que interesa por cuanto en él sucede, por la intriga con que se desarrolla la persecución casi policial del grafitero, por los perfiles humanos atractivos que rodean a los protagonistas y por las noticias interesantes y curiosas sobre las entretelas del negocio del arte. Esta materia anecdótica se ensambla en un relato de suspense tramado con la destreza, oficio e instinto novelescos habituales en Pérez-Reverte. La acción va acompañada, según lo habitual en el autor, de la discusión de ideas, ahora una vivaz polémica sobre el arte moderno y sus imposturas, y sobre la función social del artista. Además, el desenlace encierra una razón insospechada que, aparte de ser una estrategia narrativa brillante, proporciona a las aventuras el espesor moral que justifica la mismísima novela. En efecto, Pérez-Reverte cuenta esta historia en virtud del motivo inconfeso que mueve a Lex -que no debo desvelar- y no por ofrecernos un entretenido y gustoso pasatiempo, que tampoco es una cualidad menospreciable. Estamos de nuevo en el asunto central del autor: la jerarquía de los valores.
En buena medida, El francotirador paciente es una metáfora animada de la condición humana. Por una parte muestra la negativa vertiente que junta impostura, deshonestidad, egoísmo, violencia insensible..., en suma, maldad. Por otra, tenemos la honestidad que nos permite mirarnos la cara en el espejo (el espejo es un dato verista y un símbolo frecuente en el libro). Ambos mundos enfrentados se encarnan en personajes auténticos por su complejidad anímica, aunque mantengan un grado de tipos representativos. Dichas pulsiones se incorporan a una peripecia absorbente y se encajan dentro de un marco general abundante en ideas. El aliciente de hondos dilemas morales servidos en la copa de un relato de acción genera una excelente historia, amena a la vez que seria, dura y cargada de sentimientos.