Jo Nesbo. Foto: Antonio Heredia
Si algo envidia el cada vez menos huraño y más popular Harry Hole (a su pesar convertido definitivamente en tertuliano de un programa de televisión negrocriminal) a los detectives norteamericanos es que ellos pueden vérselas de vez en cuando con un asesino en serie. Un asesino en serie que se plantea su enfrentamiento con el detective en cuestión como una especie de duelo, un duelo en el que el detective no tiene más remedio que avanzar a ciegas sobre el tablero que dispuesto por el asesino cuyo narcisismo a menudo acaba con él en el fondo del lago al que se había asomado para contemplarse (o demasiadas pistas siempre son igual a calabozo). Harry Hole (ya cumplidos los cuarenta, pálido, demacrado, nublado) está a punto de vérselas con uno de ellos, el segundo de su carrera, el primero que opera en Oslo. Un tipo (o, quién sabe, puede que una mujer) que se hace llamar El Muñeco de Nieve y cuyas víctimas son siempre madres de familia que han estado teniendo una aventura. Para darle caza, Hole cuenta en esta quinta entrega con la ayuda de la eficiente e impulsiva (y decididamente extraña) Katrine Bratt, quien considera que el mejor lugar para empezar a buscar al hacedor de muñecos de nieve (digamos que éstos son su signo de identidad, la policía los encuentra en los jardines de las casas de las mujeres desaparecidas) es Bergen, la ciudad de la que procede y en la que recuerda el caso de una desaparición relacionada con un montón de nieve antropomórfico.Hole, cuyo interés por los asesinos en serie es 'enfermizo', en palabras de su compañero, Skarre, se siente manipulado por quien quiera que sea el asesino en cuestión y a la vez no puede evitar presumir de ser el elegido ("A lo mejor sabe que soy el único policía de Noruega que ha atrapado a un asesino en serie y me considera un desafío", dice en determinado momento, orgulloso). Harto de cazar "ratas", asesinos corrientes, asesinos sin una macabra obra en marcha, Hole le sigue esta vez los pasos a lo que considera "un león, un elefante, un puto dinosaurio", sí, un asesino en serie, mientras hace de padrastro ejemplar con Oleg, el hijo de Rakel, su última ex conquista. Ex conquista que tal vez deje de ser ex. Y vuelve a dejarse ver en televisión, en una intervención en el mencionado programa negrocriminal, que a punto estará de costarle la investigación en marcha. A menudo Hole habla más de la cuenta.
En esta más que notable nueva entrega, el inquieto Jo Nesbo, un maestro ya en el despliegue de la trama, en la construcción del thriller, encadena sospechosos que a todas luces parecen culpables (cierto cirujano plástico con demasiados secretos, cierto profesor de mirada esquiva) y los va descartando con la facilidad con la que el experto jugador de póquer elimina contrincantes, esto es, jugando al farol y guardándose un valioso as en la manga. Un as en la manga que tiene que ver con el concepto de derrota. Porque, como bien apunta el propio Hole, fue Roald Amudsen el primero en llegar al Polo Sur desde Noruega, pero no es su historia la que se recuerda, sino la de Robert Scott, la de quien no vivió para contarlo. ¿Por qué? Porque "es la historia de la derrota la que más nos emociona". Moraleja o no de la que, sin duda, es la entrega más ambiciosa de la serie hasta la fecha (y la más compleja, por la cantidad de personajes y subtramas que contiene), lo cierto es que en El muñeco de nieve, Nesbo trata de llevar tan lejos como puede al bueno de Harry y, haciéndolo, da las primeras muestras del feroz pulso narrativo que desembocaría, años más tarde, en la inigualable voz de Roger Brown, el protagonista de su obra cumbre, la brillante Headhunters.