John Lanchester. Foto: Antonio Moreno
La calle Pepys, situada en lo que fuera un barrio de clase trabajadora del siglo XIX, es hoy un barrio de clase media alta. En una esquina de Pepys Road regenta un supermercado Ahmed, de origen pakistaní, al que ayudan su mujer y dos hermanos, Shahid y Usma. Ambos son musulmanes ortodoxos, pero Shahid tiene un amigo, Iqbal, que va a vivir con él, y que causará su posterior detención e interrogatorio por parte de la policía. La diferencia siempre se paga.
A una vecina de toda la vida de Pepys, Petunia Howe, una anciana viuda, la diagnosticarán un tumor cerebral, y la frialdad del trato de los servicios médicos y sociales, e incluso de su hija Mary, indican la pobreza de una sociedad desvinculada de emociones como la compasión.
Robert Young, un financiero de altos vuelos que trabaja en la City, y su esposa Arabella, adicta al consumo, representan el epítome de la frivolidad. Se sentirán decepcionados cuando Young no reciba a fin de año una bonificación de un millón de libras porque su firma antes repartía un obsceno botín entre sus directivos.
Quizás lo más sorprendente del texto es la riqueza con que Lanchester describe los ambientes representados. Por ejemplo, de Bogdan, el albañil polaco, conoceremos sus razones para emigrar: enviar dinero a su familia en Polonia y ahorrar para regresar a su país. Pero Bogdan tiene un rollo con una mujer a la que no quiere, hasta que conoce a la húngara Mayta, cuidadora de niños, de la que se enamora. Y con ella empezará a recorrer otro Londres: la ciudad del dinero.
Poco a poco, al ir conociendo las vidas de los personajes, la novela gana en textura argumental. Otro personaje sumamente curioso es el joven futbolista Freddy Kamo, un talento de Senegal fichado por un club londinense de campanillas. Las acciones de su padre, de su agente, su acoplamiento al medio, todo viene engrasado por dinero. Poco a poco, advertimos que los inmigrantes todavía valoran los sentimientos, mientras en el mundo del trabajo londinense, sea en un hospital o en una entidad financiera, domina el trato cortés y frío. Todos son peones de un juego en el que lo único importante es la libra. En realidad, lo que une y condiciona a los personajes -Ahmed, Petunia, Freddy, los Young, Bogdan-, es su destino: ser devorados por una ciudad donde la producción de valor monetario no puede interrumpirse jamás. Una riqueza de cuya perversa acumulación, por otra parte, se burla el destino, cuando los potentados compran arte o pastiches producidos por artistas falsos con materiales deleznables y vendidos a nuevos ricos sin gusto.
Nuestro García Lorca dijo de Nueva York lo mismo que Lanchester cuenta de Londres: la ciudad acaba deshumanizando al hombre. Además, el dinero hoy en día sustituye a los lazos ciudadanos, como la solidaridad.