Predrag Matvejevic
"Desdichados son los países donde no hay pan suficiente para todos", apunta Matvejevic, pero "no sólo de pan vive el hombre". El pan es el sustento del cuerpo. Es imposible vivir sin su corteza y su masa, pero el espíritu necesita algo más. Matvejevic no hace poesía gratuita. Sus reflexiones nacen de la experiencia de su padre, internado en un campo de trabajos forzados durante la Segunda Guerra Mundial. A finales de 1942, después de una jornada extenuante de trabajo, su padre avanza por la nieve con otros prisioneros. "Ya no parecíamos personas, sino sombras". Un pastor protestante observó a la columna y les invitó a entrar a su casa, agasajándoles con pan y vino. Al finalizar del inesperado convite, el padre de Matvejevic interpretó una pieza de piano, con los dedos agarrotados por el frío. Emocionado, el pastor le abrazó, mostrando que el pan y la fraternidad se conciertan para producir esperanza y reconciliación. Después de la guerra, se invirtió la situación. Los soldados alemanes sufrieron la ira de los pueblos que habían invadido. Sin embargo, el padre de Matvejevic, lejos de cualquier espíritu revanchista, compartió su pan con ellos, entregándoles la mitad de su ración semanal.
Osip Mandelstam y Vladimir, un tío de Predrag, murieron en un gulag estalinista, repitiendo la misma palabra: "¡Pan!". Actualmente, una cuarta parte de la población mundial pasa hambre y muere pidiendo pan. "La humanidad nació sin pan y puede quedarse sin él", advierte Predrag Matvejevic. La literatura sólo puede "expresar su preocupación e inquietud". Pocos libros he leído con la belleza y profundidad de Nuestro pan de cada día. No es novela ni ensayo, sino un grito a favor de la paz y la solidaridad.