John Mortimer. Foto: Standard.co.uk
Libros del Asteroide siempre ha tenido el don de la elegancia, que se manifiesta particularmente en otro don subsidiario, el de la oportunidad. Disponer justo ahora de esta solvente traducción que Magdalena Palmer ha firmado de Un paraíso inalcanzable ha sido de lo más oportuno. Mortimer fue un producto típicamente inglés por su aspecto de chalado genial, por la naturalidad con que saltaba de su condición de abogado al trabajo de guionista televisivo y de allí a la escritura de novelas, y por un sentido del humor que le llevaba, por ejemplo, a definir el reposo en cama como una "lenta y tediosa introducción a la muerte". En esta novela, primera de una trilogía que ojalá se traduzca completa, Mortimer retrata los orígenes y la explosión del thatcherismo pero, como casi siempre que alguien dice algo literariamente perdurable, lo hace de forma indirecta: Thatcher no tiene más presencia en este libro que Rebecca en la película de Hitchcock, por no abandonar los asuntos morbosos.
A Un paraíso inalcanzable, crónica de la Inglaterra comprendida entre la inmediata posguerra y los años 80, podemos asignarle las tags "provincia" y "rural", aunque Londres siempre está en el horizonte. El desencadenante de la trama es la muerte del párroco socialista (y francamente excéntrico) Simeon Simcox, que deja su herencia al ministro conservador (y francamente repelente) Leslie Titmuss, provocando el estupor de su hijo Henry, escritor y ex "joven airado" de pantomima, y la curiosidad de su hijo Fred, médico de pueblo, músico de jazz aficionado y, en general, un personaje encantador. A partir de aquí, se pone en marcha una estructura narrativa perfecta, más o menos calificable de clásica pese a su pericia en el salto de plano temporal, y que tal vez debe más a la experiencia televisiva de Mortimer que a la influencia de Dickens, que también, incluyendo el misterio de folletín albergado en su interior. La novela es muy inteligente, muy divertida, y absolutamente recomendable. Yo la leí de un tirón, está todo dicho.
Hay escenas desternillantes, como la de Papá Noel acercándose a la cama de su nieta; portentosas, como la primera cena de la Juventudes Conservadoras, o conmovedoras, y en esta categoría siempre ronda Fred Simcox. Hay varios personajes notables, y aquí destaca el arribista Titmuss, forjado en el resentimiento, brutal y obvio, nacido "sin la capacidad de dudar", cuyo éxito no se debe tanto a la estrategia como a lo inconcebible de su falta de escrúpulos. Morrissey diría, me temo, que se la suda "la gente". ¿Les suena? Por cierto, ninguna canción dejó una definición del thatcherismo tan notable, y tan aquilatada frente al mero desbarre, como la de "despachos donde la gente planea la construcción de más despachos". Es otro triunfo de una disciplina a la que muchos dan por muerta. Y más allá de la simpatía o repudio hacia Thatcher, en el centro de Un paraíso inalcanzable hay una hermosa y resignada idea sobre la forma en que la historia se constituye a base de herencias muchas veces paradójicas, ocultas o contradictorias. No es un panfleto, vaya, y sí una notable novela.