Alonso Guerrero
De hecho la acción, en cierto modo intrigante, llena de direcciones desconcertantes, giros inesperados, y recovecos digresivos, (¡imposible de resumir, si es que fuera necesario en este caso!) discurre en ese futuro hacia el que nos dirigimos, en un virtual siglo XXIII del que poco o nada queda de la realidad anterior, al que asoma una ráfaga de nostalgia hacia las últimas décadas del siglo XX, cuando el hombre, "partiendo de la nada, intentó sobreponerse a ella, a la nada". El discurso lo conduce un narrador (Laguardia) ajeno a sus lectores, una suerte de "sicario" necesitado de respuestas (propiedad exclusiva de quien le manda, el hombre que preside "un palco sobre la nada"), capaz de sobreponerse a los impedimentos de esa realidad dirigida "hacia la nada, donde nada esencial puede encontrarse", donde descubre una intriga "para desmantelar la historia", donde todo se almacena pero nada se recuerda, donde falta curiosidad y sobra desidia; donde ya nada acontece ni se contempla, donde la vida es artificial, la clonación es habitual y la muerte reversible. La única posibilidad quizá esté en "Marte", o en "Ficción", un planeta de desarraigados donde las palabras se hacinan sin que nadie las pronuncie.
¿Qué se propone el autor? ¿Ahogarnos en preguntas? ¿Recuperar una época? ¿Condenar lo poco que queda en esta de la "verdad", por ejemplo? ¿Trasladarnos la irreversible confusión entre "información" y "cultura"? ¿A dónde conduce tanta desolación? Quizá a la poética sentencia, insinuada en la cita de arranque, del gran Karel Capek: "El alba, otro día, y ni una pulgada de progreso".