Martín Kohan. Foto: Quique García
Como en Cuentas pendientes, una nota característica que Kohan da con maestría es su agudeza para extraer humor de las situaciones cotidianas, algo que aquí invade el relato desde muy pronto, ya en el primer choque del protagonista con las peculiares costumbres del lugar (ultracatólico, militarista) y sus raros vecinos. La reiterada visita de los catequistas a la casa o las excursiones a la aún más fantasmal ciudad de Ingeniero White son un despliegue de comicidad en un libro punteado por esta clase de ingenio. Otro talento de Martín Kohan es su don para hilar diálogos absolutamente naturales y llenos de gracia. La soledad extrema de Mario Novoa casa bien con esas otras existencias limitadas de Silvana (la chica del locutorio), el viejo amigo Ernesto Sidi, Antonia (la joven que encuentra los documentos de Mario y que propicia hermosas escenas), o Patricia (la mujer que abandonó a Mario tras siete años de convivencia). Bahía Blanca posee un gran tramo final, con esa hiperpercepción desquiciada del protagonista en el reencuentro con Patricia en plena calle y el desesperado largo viaje de ambos en automóvil, centenares de kilómetros bajo la forma de un secuestro-fuga consentido hacia lo irreparable, como un mapa extendido de gran poesía ante los ojos del lector. Impecable escritura, denso tejido y una lúcida reflexión acerca de las pérdidas cotidianas y el paisaje que queda en pie tras derruirse lo que para nosotros era tan natural y estable.