Pedro Sorela. Foto: Quique García
Algunos grupos profesionales (médicos, policías, periodistas..., o antiguamente los curas) despiertan especial interés del público y son objeto de atención frecuente de los escritores. Resulta difícil calibrar si es antes el huevo o la gallina, pero sospecho que los propios autores han creado una realidad específica aureolada de prestigio y atractivo con ciertos oficios. Juan Carlos Laviana dedicó un magnífico libro a relatar las estrechas relaciones entre cine y periodismo, Los chicos de la prensa, de cuyo ameno análisis se desprende que constituyen un verdadero subgénero temático. No llega a tanto, creo, lo que ocurre en la novela, y en menor grado en el teatro, pero también los periodistas han atraído a narradores y dramaturgos. Esta frecuente presencia se debe a que, como dijo el mismo Laviana en otro sitio, se juntan la curiosidad que los periodistas despiertan en el profano y el carácter azaroso de su existencia debido a su absorbente trabajo. El periodista lo es las 24 horas y de ello se resiente su vida personal. Así, lo público -una profesión seductora- y lo privado -los conflictos particulares- unidos se convierten en una inacabable fuente de atracción para los contadores de historias.Todo esto ha debido de rondarle por la cabeza a Pedro Sorela (Bogotá, 1951) para escribir la novela más férreamente centrada en la prensa que yo conozca, El sol como disfraz. Para hacerla ha tenido presentes rasgos capitales de un periódico. Como una redacción es un arca de Noé por la variedad de tipos y ambiciones que conviven en ella, Sorela construye un relato colectivo en el que aparecen medio centenar de personajes con distinto grado de interés. Además, aborda tan espinosa jerarquía y la asocia al análisis de un tiempo cercano de nuestra sociedad. En fin, siendo un organismo vivo, también se muestran las fuertes tensiones empresariales, políticas, eróticas... que alberga su interior. Todo este riquísimo material se conjuga en una diversificada historia cuyo primer mérito radica en la habilidad formal que le da sentido unitario. El argumento gira en torno al propósito de "Picasso", nuevo y excéntrico director del centenario La Crónica del Siglo, de lograr un periódico innovador. Los detalles del trabajo en la redacción ocupan mucho espacio y al lector curioso se le ofrece una guía de viaje por el día a día de la confección de la prensa; casi al punto de que un estudiante encontrará una auténtica introducción a las peculiaridades de cada sección de un diario. El autor adopta una actitud desmitificadora a la vez que trata su materia con el cariño de un padre severo hacia el hijo un tanto descarriado. También expone muy juiciosas advertencias sobre los peligros externos que acechan a la criatura. La conclusión, tras el canto enamorado, es más bien pesimista. Tenga razón o no esta triste crónica de una quimera, El sol como disfraz ofrece un recorrido ameno, abarcador e instructivo por la sala de máquinas de la prensa diaria. Aunque Sorela no elude sus muchas miserias, le mueven una intención reformista y una cautelosa fe en que nunca dejará de ser un pilar de nuestra sociedad.