Agustín Díaz Yanes

Espasa. Madrid, 2012. 283 páginas, 16 euros

Conocido hasta ahora como guionista y director de cine, era casi inevitable que Agustín Díaz Yanes (Madrid, 1950) se adentrara en el terreno del relato puro. Lo ha hecho con esta historia de intriga política, que entretendrá a muchos lectores empeñados en averiguar, persuadidos, como es frecuente en estos casos, de que Simpatía por el diablo es una novela en clave, si detrás de algunos personajes se ocultan figuras políticas de la actualidad española; si el poderoso banquero Julián de la Hoz, el vicepresidente Ruiz, el intrigante López Castro, presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, o la alcaldesa Pilar Ginés, entre otros activos figurantes de la trama, responden a perfiles de individuos reales o reconocibles. No es necesaria, sin embargo, esta lectura en clave. Los ingredientes de esta enrevesada historia de una conspiración para instaurar un nuevo gobierno en España proceden sobre todo de modelos narrativos como los de John Grisham, Brad Meltzer o Robert Harris, con toques de Le Carré y recuerdos explícitos de alguna serie televisiva, como El ala oeste de la Casa Blanca. Y es de suponer que durante los próximos años se incremente entre nosotros el cultivo de este subgénero narrativo.



Naturalmente, no se puede buscar en Simpatía por el diablo una excelencia literaria que el autor no ha pretendido. Se trata de una novela de entretenimiento, narrada con soltura y con el ritmo veloz de un relato cinematográfico, que posee, además, el interés de hablar de asuntos que muy bien podrían estar ocurriendo en la actualidad. El lector se asoma a ciertos entresijos del poder, a las maniobras de unos y otros para conseguir sus objetivos, a los procedimientos mafiosos de algunos grupos, a métodos propios de la literatura de espías para cifrar y enviar mensajes, eludir cualquier vigilancia, transportar y escamotear maletines de dinero… Y no faltan los personajes cabales y honrados a macha martillo, como la juez Sequeira o el inspector Ramos, empeñado en continuar con sus indagaciones hasta las últimas consecuencias a pesar de la prohibición explícita de sus superiores. La ventaja del autor es que opera con materiales y procedimientos muy probados ya tanto en la literatura como en el cine, que cuentan con un considerable número de seguidores, y ha conseguido aglutinar.



distintos componentes de estos relatos, sin excluir detalles ya casi ineludibles, como los amores difíciles, los personajes de dudosa sexualidad o las mujeres manipuladoras y ambiciosas, versión sin refinar de la tradicional femme fatale de sus modelos originarios.



La narración no es rectilínea, sino que, obedeciendo al dechado de algunas series televisivas, utiliza de vez en cuando algunas analepsis explícitas que inauguran ciertos capítulos: "Seis meses antes de que muriera...", p. 19: "Seis meses antes, un día después de que...", p. 38; "Seis meses antes, tras su conversación con...", p. 63. Lo cierto es que estas alteraciones temporales no añaden claridad a la narración y embarullan su desarrollo. Y la prosa es puramente funcional, con algunos giros triviales ("a día de hoy", p. 11; "entrevista en profundidad", p. 19; "chequeó en su mente los pasos a dar antes de salir", p. 210), algún error de concordancia ("uno de los que participó en las maniobras", p. 129) y una grave erosión sintáctica ("se dignó a dirigirle la palabra", p. 195).