Ramiro Pinilla. Foto: Iñaki Andrés

Tusquets. Barcelona, 2012. 227 páginas, 17 euros

Ramiro Pinilla narra el leitmotiv de la temprana utilización política del fútbol como instrumento de afirmación territorial y, en los primeros años de la posguerra, de rebeldía

Podría decirse, tanto por la extensión como por el alcance de su historia, que la nueva obra de Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) es una novela menor. Sí, pero de un novelista mayor, de los pocos que seguirán contando dentro de varios decenios, cuando muchos otros nombres más apresuradamente vitoreados se hayan convertido "en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada". La historia de Aquella edad inolvidable, que, como otros títulos de Pinilla, mezcla hechos ocurridos y recuerdos personales con elementos de ficción, gira en torno a un chico de Getxo, Souto Menaya, que milita en algunos equipos modestos de fútbol juvenil hasta que es fichado por el Athletic de Bilbao en 1942, alcanza la gloria efímera de haber logrado la final de copa frente al Real Madrid con un discutido gol y tiene que abandonar poco después la práctica del fútbol a consecuencia de una gravísima lesión que le deja inválida una pierna.



Alrededor de ese esquema argumental hay otros motivos trenzados con aparente simplicidad y sutil destreza: tipos como el padre de Souto, un gigantón de quien el niño hereda "el fuego del fútbol" (p. 13), la madre, Socorro -abismada en un pertinaz mutismo desde la pérdida de un hijo pequeño-, o Irune Berroyarza, la vendedora de leche de quien Souto se enamora y que está diseñada, por su modestia, su ternura y su fuerza interior, como uno de los tipos femeninos típicos de la narrativa barojiana. Y barojiano es también, en algunos aspectos -pero acaso más adusto y sin escapes líricos-, el estilo narrativo de Pinilla, escueto y desnudo, capaz de esbozar perfiles de personajes elementales y reconcentrados, con más hondura psicológica que facundia.



El dilema que se plantea Souto al ver rota su carrera deportiva, su esfuerzo por alejar de él a Irune y no ser en el futuro -brumoso e incierto- una carga vergonzosa para ella, contrastan con la serena determinación de la novia que se resiste a dejar de serlo, y es preciso subrayar que todo este proceso, resuelto en una serie de escenas de ritmo veloz, en las que todo se reduce a las informaciones esenciales, muestra con nitidez que la fragilidad de Souto y su padre, su temor ante la incertidumbre de un porvenir oscuro, tienen como contrapunto salvador la fortaleza de Irune y Socorro, verdaderas mujeres fuertes del relato, cuyo peso en la historia es decisivo.



Y existe, paralelo al desarrollo de estos conflictos personales, el leitmotiv de la temprana utilización política del fútbol como instrumento de afirmación territorial y, en los primeros años de la posguerra, de rebeldía. Cuando el presidente del club admite que "el Athletic y el nacionalismo vasco son la misma cosa" y que por eso "nunca jugarán maketos en el Athletic", otro miembro de la directiva añade: "Aunque la directiva está bien vigilada por el régimen, el Athletic es hoy la única expresión libre de nuestro pueblo. La celebración de nuestros éxitos deportivos es el clamor de todo demócrata por la libertad [...] El Athletic es la única expresión, la única que tenemos para combatir a Franco" (p. 46). Esto explica la veneración que el joven Souto Menaya despierta en sus convecinos, la avidez con que los niños atisban las ventanas de su casa esperando ver al nuevo héroe de San Mamés.



Al final, la quema de unos documentos que, de haberlos firmado, habría garantizado mejor futuro para Souto a cambio de una confesión que lo desacreditaba a él y al club, es tanto un acto de dignidad personal como de resistencia colectiva. El hecho de que las acciones se desarrollen entre 1942 y 1947, es decir, en los años más duros y represivos de la posguerra, resulta especialmente significativo, y algunas escenas o noticias que se dan a conocer casi de refilón subrayan las tensiones creadas por el autoritarismo, como la actuación chulesca de unos policías de la Social o la mención de alguien cuyo hijo acaba de ser fusilado (p. 115). Pero nada acaba definitivamente aplastado. Cuando, en las últimas páginas de la novela, Cecilio decide llevar por vez primera a Andresito a San Mamés, la historia del fervor futbolístico, con todo lo que comporta, tiene garantizada su continuidad.