Irène Nemiróvski, en 1935
Las novelas de Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942) provocan fuertes reacciones en el lector. Sus argumentos obligan a hacer pausas en la lectura, porque la frustración de no poder actuar contra los desmanes contados enturbian nuestro ánimo. Necesitamos recuperar el aliento. Mi manera de contrarrestar el dolor experimentado es recordar lo mejor de su biografía, la huida de los horrores de la revolución bolchevique, la posterior alegría de vivir en París, de estudiante en La Sorbona, su matrimonio, la publicación de sus primeras novelas, como la presente (1935), el nacimiento de sus dos hijas. Sin embargo, la biografía se termina en el campo de exterminación de Auschwitz.La fama literaria fue póstuma, hace media docena de años, tras la publicación de la Suite francesa (2007). El vino de la soledad resulta una novela muy triste, inédita en español, donde se cuenta la historia de la Elena, una doble de la autora. Esta niña posee una enorme entereza personal y una notable capacidad racional para comprender el feroz egoísmo de su madre, Bella, y la indiferencia de su padre Boris. Ambos la sometieron desde la más tierna niñez a un maltrato psicológico criminal. Tanto su dejadez, los abusos verbales, la continuas quejas sobre su conducta, no cesan, a pesar de que casi ni la ven, pues vive entregada al cuidado de una institutriz francesa. Elena registra con agudeza las reacciones de la madre, su vanidad, su sexualidad, caracterizada más por el ansia de atención que por el deseo. Como el marido anda siempre atareado con sus negocios, Bella necesita un amante fijo que mime su ocioso yo. Elena descubre enseguida que Bella engaña a su padre con un joven familiar llamado Max, y registra el caos causado en la casa por la traición y la indolencia. Los grandes novelistas del XIX, Gustave Flaubert, nuestro Clarín y Tolstoi, exploraron el tema del adulterio, sobre todo el efecto causado en la propia esposa (madame Bovary, Ana Ozores, Ana Karenina) y en el ofendido. Nemirovsky va más lejos, pues analiza el efecto causado por el adulterio en la hija, la falta de amor, pues Bella vive absorta en sí misma, en sus caprichos materiales y emocionales.
Algunos críticos mencionan la influencia de Freud al referirse a sus personajes, como el premio Nobel J.M. Coetzee, pero ella supera en sutilidad perceptiva al médico austriaco. La riqueza de detalles con que se desmenuza el caso de Elena supera a cualquiera que haya descrito el famoso psiquiatra. En esta novela no sólo aprendemos de Elena, de la propia Némirovsky, de la fragilidad y fuerza del ser humano, sino también que la genialidad del relato nos impide reducir a la protagonista a un tipo.
La maestría artística de Némirovsky se manifiesta en cómo cuenta el hacerse mujer de Elena, desde la niñez hasta la mayoría de edad. El narrador describe el despertar de sus sentidos, del olor, del tacto, de la vista. Leemos frases memorables, como la reacción de la niña al descubrir una camisa de la madre impregnada del olor del amante: "sus frígidos sentidos de niña, despertados por primera vez, la colmaban de vergüenza e irónico resentimiento. Acabó haciendo un rebujo con la camisa para arrojarla contra la pared y pisotearla en el suelo" (página 44).
Posteriormente, los besos de un amigo, un joven casado que tontea con ella le inicia en la sexualidad, y aprende a manejar los mecanismos de poder que el deseo permite ejercer sobre otros. En la parte final del libro, siendo ya una mujer, comprende al ser pretendida por el ex amante de su madre, lo siguiente: "Elena sólo se dio cuanta de hasta qué punto Max la tenía en su poder... Empezaba a volverse tan tiránico, celoso y cruel con ella como lo había sido con Bella en otros tiempos. Como todo, a amar también se aprende, y esa técnica ya no cambia… Y se emplea, pese a uno mismo, con mujeres diferentes..." (página 194)
Novela, pues, donde el lector aprende de Elena, de Irène Némirovsky, sobre el ser humano, la fragilidad de su constitución emocional y su fuerza cuando la determinación racional la guía.