Pedro Corral. Foto: Carlos Iglesias
Causa temor adentrarse en una novela histórica recién salida del horno. A raíz de una asombrosa proliferación, esta modalidad narrativa ha perdido cualquier signo de identidad propio y es imposible prever qué puede uno encontrarse. El libro de Pedro Corral supera con creces y talento las limitaciones del género y contiene marca tan evidente como la de El médico de Esquilache, pues no otro puede ser tal sujeto que el reformista dieciochesco que pretendió modernizar a nuestros antepasados metiendo tijera en capa y sombrero.El último tercio del Siglo de las Luces constituye, en efecto, el marco donde Corral (San Sebastián, 1963) sitúa una peripecia que sirve de base para plantear la encrucijada de la época, el combate entre superstición y razón.
La anécdota gira en torno al viaje que el médico siciliano Gesualdo Boncompagni hace por la costa santanderina para difundir la práctica de la cesárea con el propósito de evitar que los niños de embarazadas muertas sean enterrados vivos con la madre, y se pierda también su alma. Boncompagni pormenoriza la experiencia a quien le ha encargado la didáctica misión, Esquilache, en una carta. Nada más llegar a su destino, el joven se encuentra con un veterano colega, Bores, con quien comparte situaciones apuradas que permiten contrastar la mentalidad nada científica del cirujano español con el racionalismo del extranjero. Como el debate se sustenta en sucesos concretos, se evitan digresiones perjudiciales para la fluidez narrativa.
Por este flanco, estamos ante un relato bastante típico que recrea el pasado por su sentido aleccionador. Se trata, sin embargo, solo del acorde de fondo de una fabulación concebida ante todo para ofrecer una trama interesante por sí misma, por la excepcionalidad de personajes y sucesos. Se inspira en un modelo bien claro, las narraciones populares de aventuras. A partir de esa fuente primaria, Corral monta un artilugio compuesto por piezas de diversas procedencias. Al comienzo, El médico de Esquilache se avencinda en los libros de viaje, más cerca del espíritu romántico gustoso del pintoresquismo exótico que del didactismo de las relaciones ilustradas. Este arranque supone una pista de lo que hallaremos enseguida: una mezcla de novela de aventuras, relato criminal, cuento medio gótico, folletín y novela romántico sentimental que se permite el lujo del poco respetado final feliz.
El autor trenza con destreza semejantes mimbres. Anécdotas sorprendentes, tipos exagerados, equívocos, sorpresas, maniqueísmo de buenos y malos y enfrentamiento de inocencia y perversidad se entremezclan con naturalidad. Incluso, la franqueza y la desinhibición con que se presenta la intrincada conjura da que pensar por momentos si no se nos estará jugando la mala pasada de disponerlos con el malicioso espíritu burlesco de la postmodernidad.
La novela, estupendamente escrita, con prosa pulcra y cuidada, deja un duro retrato de la naturaleza humana. No debe, sin embargo, enfatizarse su valor aleccionador. Corral cuenta una historia amena cuyo mérito consiste también en resultar entretenida. El médico de Esquilache se lee sin desfallecimiento, con interés y curiosidad sostenidos, de un tirón.