Susana Fortes. Foto: Benito Pajares
Todo esto revela el designio comercial que ha presidido la composición de esta novela de entretenimiento sin demasiadas aspiraciones. Nada hay de malo en ello, y no puede extrañar que la intriga sorprenda poco ni que los personajes se ajusten a ciertos arquetipos reconocibles y reiterados del género. Sí se echa de menos, ya en el terreno del estilo narrativo, un lenguaje más elaborado, menos obediente a lugares comunes y expresiones triviales e inertes que se adivinan antes de aparecer: "en la profesión era todo un referente" (p. 22); "llamaba poderosamente su atención […] El tono áspero y vagamente acusatorio [...] parecía encerrar una amenaza en toda regla" (p. 27); "el circo mediático" (p. 33); "movió los hombros […] sin articular palabra" (p. 34); "se agarró a aquel asunto como a un clavo ardiendo. Cuando la procesión va por dentro [...] para salir del atolladero" (p. 47); "su mensaje caló tan hondo…" (p. 53); "las indagaciones [...] habían sido bastante ilustrativas de por dónde podían ir los tiros" (p. 158); "le había dado al periodista unas cuantas ideas de por dónde podían ir los tiros" (p. 162).
Hay, en efecto, demasiados tópicos expresivos que empobrecen el texto y anulan en parte las acertadas y precisas notas ambientales que recrean lugares de Santiago y de algunos parajes cercanos, donde residen las páginas mejores de la narración. Como afirmaba Valéry, escribir consiste en rehusar, en apartar los vocablos y giros que con mayor facilidad acuden a la pluma por ser los más fáciles, manidos y previsibles. En La huella del hereje falta esa pugna con el lenguaje que debe presidir la tarea de todo escritor, y no porque la autora carezca de facultades, sino porque tal vez ha pensado que ese idioma plano y sin sorpresas era el más adecuado a una novela de estas características.
Pero, como suele ocurrir, esta relajación de la necesaria vigilancia idiomática deja un resquicio para que se filtren algunos descuidos de otra índole: el falso femenino de "las miles de despedidas" (p. 46) o "las miles de detenciones" (p. 261), el uso de "presilla" (p. 165) por "pestillo", la afirmación según la cual el comisario, con un bolígrafo en la mano, "jugaba a encenderlo y apagarlo con cierta desazón" (p. 126), o la anotación de que el tren llega "en medio de una vaharada densa, profundamente ferroviaria" (p. 281), cuando lo ferroviario es lo que procede de las vías férreas, y el vaho de la locomotora no tiene en ellas su origen. Susana Fortes ha escrito -y bien en muchos momentos-, pero no ha rehusado lo suficiente.