Brooklyn
Colm Tóibín
10 diciembre, 2010 01:00Com Tóibín
Brooklyn contiene los elementos característicos en Tóibín: en ella aparecen los escenarios irlandeses habituales (Blackwater, Wexford, esa melancólica costa erosionándose...). Pero más allá de esto, aquí vuelven a ser esenciales las ausencias que deja la muerte: recordemos al padre y la esposa del magistrado que protagonizaba El brezo en llamas; o a la madre desaparecida del relato "Un largo invierno", en Mothers and sons; o esas dos figuras decisivas para el Henry James que Tóibín recreó en The Master, su hermana Alice y la novelista Constance Fenimore Woolson; en El faro de Blackwater, la muerte tiene importancia, claro, pero de otra manera: allí, la ausencia que se anunciaba era la del protagonista. En Brooklyn, hay un padre fallecido al que casi no se alude, aunque Eilis imagina haberlo visto, y se produce otra pérdida que el lector descubrirá.
En todo caso, la muerte es uno de los detonantes del conflicto que me parece central en Tóibín y en esta novela: el de la fidelidad y sus dificultades. Me refiero a un asunto complejo, no sólo a episodios de cabellera revuelta: Eilis debe decidir si es fiel o no a un hombre, a un instinto, a una cultura... En fin, a la memoria o al destino escogido, para resumirlo todo de una vez. Personaje complejo, vivo, con derecho a la debilidad y al cálculo, Eilis Lacey es tan valiente como inteligente, pero su drama es el de la elección. No es extraño que le cueste: en otra deliberada apelación a James, estamos ante un ser de frontera: a partir de un momento dado, Eilis ya no es del todo irlandesa ni americana. Ser una cosa u otra, en la época retratada, tenía consecuencias graves: raíces o libertad. En un artículo para la New York Review of Books, Tóibín habla de una foto del exiliado Thomas Mann visitando su Lübeck natal en 1955: su mirada, escribe, exhibe un "conocimiento oscuro", una "resignación que es simultáneamente dura y melancólica". Lejos de casa, Mann había perdido algo que no podía recuperar. La proletaria y modesta Eilis, también.
Precisamente, esta tensión nos aporta un final -¡insisto!- muy jamesiano, aunque provisto de ironía: hay una elección, pero sin grandeza, y en todo caso la decisión de la protagonista es simultáneamente la más y la menos conformista. Cabe preguntarse si escoge ella o las circunstancias hacen inevitable ese final tan deliberadamente precipitado, y tan hermoso. A fin de cuentas, ésta también es una historia sobre la tristeza con que el humilde acepta ser zarandeado. Éste es un magnífico libro, una nueva demostración de la fidelidad -¡es el tema!- que Tóibín ha guardado siempre al mandato de James: "sé generoso y delicado y corre tras el premio". Pues lo ha logrado: en Brooklyn hay vida.