La caverna del comunismo
Andrés Sorel
21 febrero, 2008 01:00Foto: Ricardo Cases
El título que encabeza la nueva obra de Andrés Sorel recuerda inevitablemente otro de Baroja -La caverna del humorismo, formado por un conjunto de breves ensayos- y no es de fácil clasificación. Se publica en una colección de narrativa, pero es bien sabido que el carácter narrativo no afecta sólo a la novela en sentido estricto. Aquí hay relato, pero también crónica histórica, alegoría fantástica, reflexión ensayística y hasta evocaciones biográficas. En una breve nota introductoria, Sorel califica la obra de "novela", pero también la llama "fantasía política". A lo que más recuerda su configuración -y también el barroquismo del discurso- es a la modalidad desarrollada en ciertos textos satíricos como los Sueños de Quevedo o las Visiones morales y los Sueños de Torres Villarroel, obras todas ellas de carácter censorio y moral, destinadas a fustigar vicios y corruptelas. Sólo que en este caso el motivo de la censura es único, puesto que se trata de la mayor utopía política del siglo XX: el comunismo, contemplado como un gigantesco ideal de redención que la práctica política degradó y envileció hasta dejarlo irreconocible. El punto de partida es la construcción en Bucarest del faraónico palacio ordenado por Ceaucescu, sobre cuyos muros van proyectándose acciones y personajes que reconstruyen la tenebrosa historia de la República Socialista Rumana, sin omitir la presencia de conocidos dirigentes españoles, como el nombrado con el transparente seudónimo de «Sanllo», objeto de vitriólicos esbozos. Tras todo ello, y mediante una torrencial fluencia discursiva en la que se mezclan voces y perspectivas diferentes, se pasa revista al desarrollo del comunismo en Europa, con vívidas evocaciones -en las que brilla especialmente la capacidad narrativa de Sorel- de personajes reales, como Kiekegaard, Lenin, Bujarin o Karl Graus, o de situaciones conflictivas: los interminables convoyes de deportados, las crueles purgas políticas, incluso los recuerdos personales apenas enmascarados, como los que se intercalan en el capítulo tercero, titulado "La soledad del escritor perdido".Mezcla de narración, ensayo político, reflexión y alegato político y social, La caverna del comunismo es una andanada implacable contra cualquier forma de totalitarismo, así como una requisitoria contra los partidos "enterradores de utopías" (pág. 354) -empeñados en "alentar la mentira para mantener unas pútridas burocracias" (pág. 341)-, y sitúa en un mismo nivel las vergöenzas del Gulag, Auschwitz o Guantánamo. Y no olvida otro gran totalitarismo, el del consumismo desenfrenado, indispensable para mantener las estructuras capitalistas e igualmente esclavizador, que reduce la excelencia y propicia la creación de productos superficiales y perecederos, incluidos los supuestamente artísticos. En el relato onírico de la visita a unas librerías, el escritor anota la acumulación de obras de éxito efímero, aludidas así: "El código del viento, el corazón del mar, la sombra de Da Vinci, las catedrales heladas, mi voz nueva, corsarios difíciles, los aires de levante, rastros de cielo, todos bajo el sándalo, el capitán Sabina, historia del alma mía, el corazón de Alatriste" (pág. 229).
Esta literatura combativa, característica del autor, podrá entusiasmar o irritar, pero nunca dejar indiferente al lector, porque está concebida para sacudir las conciencias. Y tendría aún más eficacia si la forma de ese discurso torrencial hubiera sido algo más cuidada, si se hubiesen eliminado reiteraciones o minucias innecesarias y se hubieran corregido expresiones precipitadas o mejorables, como las concordancias "todo el área" (pág. 52) o "la letanía de nuestras quejas dejaron de abrigar sentido" (pág. 17), los giros anglómanos "detenciones en la noche" o "no era mi problema" (por ‘no era asunto mío’, pág. 49) o la confusión entre "moldearse" y "amoldarse" (pág. 61), entre otros deslices que una revisión detenida podría haber salvado.