Traduc. Julieta Carmona. El Aleph, 2006. 285 páginas, 18 euros
Desde su primera novela, La teoría de las nubes, Philippe Audeguy (Tours, 1964) tuvo una gran acogida en Francia. Su autor no relata en ella ninguna teoría, sino que cuenta con delicada sutileza la historia de aquellos seres que desde hace dos siglos miran hacia el cielo para descubrir el secreto de las nubes. El costurero japonés Akira Kumo no sabe de dónde le viene su pasión. Colecciona libros sobre las nubes en una gran biblioteca que la joven Virginie Latour ordena. Con discreción y simplicidad, el costurero cuenta a la bibliotecaria las historias de esos extraños seres, pioneros del arte de la climatología, cuya obsesión, a través de los años, fue intentar clasificar las formas móviles y cambiantes por un golpe de viento. La novela empieza con la vida de Luke Howard, primer clasificador de nubes, cuya conferencia en una reunión de cuáqueros impresionará a Goethe, autor de un tratado sobre la climatología. Sigue Kumo con el pintor Carmichael, cuya única idea será la de pintar nubes; se detiene en la mala experiencia de Napoleón que, al despreciar las predicciones sobre el clima en Rusia, causará la muerte de la mayoría de sus soldados. Y llega a la fascinante historia de Richard Abercrombie.
Entre relato y relato, Akira Kumo va desvelando su propia historia, envuelta en las cenizas de una nube más grande y negra, terrorífica, Hiroshima. Por haber sido un superviviente, el japonés ha tenido que falsificar su vida y tratar de olvidar el dolor del hombre que lo ha perdido todo con la mortífera bomba. Su ciudad, su casa, su familia, su gente, todo se evaporó como un sueño o una nube. "No hay nada más fascinante que las nubes, aparte del océano. Pero ahí reside el peligro puesto que nada es tan efímero, tan engañoso, tan asombroso como esa materia siempre cambiante, siempre renovada; y uno puede agotarse con mucha facilidad al querer describirla, entenderla, dominarla" (pág. 275).
Novela de una gran belleza, inteligente, por momentos erótica, resulta una metáfora de la propia vida de los seres humanos, cuyos destinos se nos escapan entre los dedos de la mano.