Image: Gangs de Nueva York

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Novela

Gangs de Nueva York

Herbert Asbury

13 febrero, 2003 01:00

Imagen de Gangs of NY, de Scorsese

Traducción de Carme Font. Edhasa. Barcelona, 2003. 505 págs, 19’50 euros

Que la versión cinematográfica de una novela puede convertirla en un auténtico "best seller" y lanzar a su autor a la fama resulta ser una verdad incuestionable en nuestros días.

Y de igual forma que Hollywood ofrece un amplio abanico de "complementos" con que engrosar los ingresos de taquilla, el mundo editorial ha encontrado un filón en el negocio cinematográfico.

Viene tal reflexión a propósito de la reciente publicación de Gangs de Nueva York, editada por primera vez en 1927 y recuperada con motivo de la película del mismo título dirigida por Scorsese. Si alguien piensa que el volumen es el original novelado, que se vaya olvidando de ello; si desea informarse sobre el hampa neoyorkina en los tiempos en que se desarrolla la película, éste es el mejor estudio que puede encontrar.

Los ambientes de la "gran manzana" han sido el referente argumental en buena parte de autores norteamericanos desde Washington Irving hasta Paul Auster pasando por Mario Puzzo. Sin embargo no resulta tan fácil de encontrar obras que describan, sin afanes interpretativos ni artísticos, el "zeitgeist" del momento. "Este libro no es un tratado de sociología…" son las palabras con que se inicia la "Introducción", y, efectivamente, en su obra Asbury no pretende ofrecer un erudito análisis sobre aquellos aspectos sociológicos o psicológicos característicos del sórdido mundo de las bandas mafiosas. Lo que encontramos es un exhaustivo repaso de los criminales, sus reyertas y artimañas durante el siglo XIX y comienzos del XX. Asbury presenta una Nueva York tan violenta como el salvaje oeste. En este marco personajes como Billy el Niño se antojan meros aprendices al compararlos a delincuentes de la talla de Monk Eastman, Louie "el Español" o Hill "el carnicero". Baste recordar las palabras del obispo metodista Simpson al afirmar, en enero de 1866, que en Nueva York "había igual número de prostitutas que de fieles metodistas", bien es cierto que tal apreciación fue contestada por el superintendente de policía quien redujo la cifra, pues según sus registros el número de burdeles era de 3.300 (págs. 247-48).

La proximidad temporal de la publicación de la obra con los acontecimientos descritos propicia que Herbert Asbury no caiga en una visión romántica de estos asesinos, al tiempo que también se beneficia de una redacción tan realista y detallada que en ocasiones creemos encontrarnos ante una novela del mismísimo Hammett.

Algunas informaciones suscitan la sorpresa, así por ejemplo existía una tarifación de servicios "la paliza se cotizaba a 2 dólares, si era con porra 15, disparar en una pierna 25… y acabar con todo 110 o más" (pág. 314). Vivir para ver.