Novela

Las asombrosas aventuras de Kavalde y Clay

Michael Chabon

19 diciembre, 2002 01:00

Traducción de Javier Calvo. Mondadori. Barcelona, 2002. 601 páginas, 20 euros

Michel Chabon es uno de los jóvenes novelistas norteamericanos con un estilo más elegante, pretendidamente sencillo y mágicamente directo. Las tramas de sus novelas y cuentos aúnan eso tan difícil de conseguir como es un argumento sugerente, con rasgos donde se dan cita el ingenio, la ternura y la comicidad. Es, en fin, un escritor tan capaz que en no pocas ocasiones tenemos que perdonarle sus planteamientos de comedia ligera y su falta de riesgo. Pero tiene siempre un escorzo endemoniado, una normalidad destructiva, una clasicidad irrespetuosa que lo salva. Escorzos, ingenio y arte de narrador nato que se dan cita en esta novela, donde leerla es someterse a un juego de cajas chinas y a un despliegue de inventiva.

No es extraño entonces que estas Asombrosas aventuras nos cuenten el viaje de unas vidas que se enfrentan a los límites de sus propias existencias, al conflicto de su búsqueda de la felicidad. La novela es en sí un arte de la fuga, fuga de identidades que se ven sometidas a la fuerza de un tiempo histórico o la fuerza de unas realidades personales que se tienen que enfrentar a sus propias crisis. Chabon crea las figuras de los protagonistas (Joe Kavalier y Sammy Clay) y las hace atravesar gran parte del siglo XX en un fresco que atraviesa mitologías e historias sentimentales, el sueño y la desilusión americanas. este par de chicos geniales, que se encuentran en el Nueva York de los años 30, describen el recorrido de unas vidas errabundas a ritmo de swing y viñetas de cómic. El mundo del cómic será el que una estos dos destinos y el que refleje este mundo en fuga.

Novela monumental y ambiciosa y original, crea en el lector sentimientos contrapuestos. A veces nos hace recordar con nostalgia el tono de humorismo corrosivo de Chicos prodigiosos; otras nos hace desesperarnos ante el exceso de documentación, ante la inmoviloidad de la trama. Pero finalmente percibimos que Chabon ha creado un artefacto de tanta precisión narrativa que debemos disculpar los excesos. Su embriaguez narrativa es matemáticamente certera. Con ello se puede apostar a que Chabon ha entrado en su propia madurez como escritor, esa madurez que empieza a poblarse de historias y personajes memorables. Y, por supuesto, una madurez que consigue conmover al lector, exasperarlo y crear una adicción a esa droga Chabon capaz de mostrarnos esa abstrusa sucesión de cataclismos contemporáneos y cotidianos, la pérdida de las ilusiones y las falsas expectativas sin perder la elegancia.