Historia de un proscrito
Se reedita la serie completa de las aventuras de Guillermo Brown
4 julio, 1999 02:00Quiso ser pirata, y millonario, y astronauta, y explorador. Guillermo Brown, el líder de los proscritos, trasgredió los límites de una sociedad tan pacata que se asustaba de una gorrita ladeada y de unas sucias caritas. Hoy, en los tiempos de la generación X, sus travesuras recuerdan desde la nostalgia que hubo un tiempo inocente y conmovedor. En España fue la editorial Molino la que lanzó la colección de sus aventuras a mediados de los años 30, y sigue siendo quien la comercializa en librerías. Fue un éxito editorial desde el principio: en los años cincuenta no había casa con chicos estudiantes a la que no hubiera llegado Guillermo. Estos días, Espasa Calpe edita de nuevo a Guillermo y abre otra vía: quien quiera conseguir la serie completa de los treinta y un títulos, puede obtenerla a través de internet (www.espasa.es) por 9.980 pesetas. ¿ Qué hará un chico como él en un año como éste?
Y o fui un chico "letrado" por necesidad, porque mis progenitores leían mucho y las criaturas quieren imitar a sus padres. Era demasiado pequeño para entender nada complejo a derechas, pero estaban los cuentos a profusión, los libros con ilustraciones. Me convertí en bibliotecario de libros infantiles y de cómics: Los dos pilluelos -con doña Tecla, el Capitán y Barbacaba- y las primeras aventuras de Mickey Mouse. Pero mi gran descubrimiento fueron Celia y Guillermo Brown. Ya iba yo para crítico de mi propia literatura infantil, porque lo que más me gustaba de Celia y Guillermo era su diferencia étnica, lo castellana de Segovia que era Celia y lo producto de la campiña y de la pequeña ciudad inglesa que era Guillermo Brown.Guillermo fue mi amigo extranjero y me familiarizó con lo extranjera que era su hermana con relación a la mía propia. Parece mentira que su afortunada autora, Richmal Crompton, creando una irónica semblanza de los niños ingleses, tuviera tanta sabiduría compositiva y descriptiva y fuese lo que más tarde descubrí nada menos que en Los papeles del club Picwick -emparejada subconscientemente con Dickens- una folletinista de gran calado.
Personaje inglés y dickensiano es Guillermo Brown. Sus aventuras por la campiña inglesa las recuerdo con tanta acuidad como el clima característico de la novela policíaca de aquel tiempo, que me embargó después. Las estaciones de Ferrocarril en el campo, rodeadas de árboles, donde se para el tren de las 8,45. Los campos de golf, la Alcaldía, la Comisaría, la Biblioteca del lugar... Lugares que habían recorrido Guillermo y su banda de proscritos, justo antes o después que se cometiera el crimen imaginado por Agatha Christie.
Los libros de Guillermo me parecían más serios porque sus ilustraciones no eran caricaturescas, ni parecían monigotes entre gazmoños y estilizados. Los chicos llevaban pantalones cortos o bombachos, jerseys con mangas o sin mangas, tejidos con mayor o menor pericia por las madres y por las tías. Eran trajes de perder mucho la bufanda y los guantes. Y esas ilustraciones me gustaban porque lo eran de niños reales, y muchos de aquellos autores eran los mismos que ilustraban otras novelas para jovencitos en aquella editorial Molino, las novelas rosa de nuestras primas mayores. Un poco empasteladas sobre el papel amarillento y barato que, no obstante, tenía algo de hojaldre y se inflaba como una esponja si le caía un poco de agua. Tenían las pastas duras y eso les hacía durar mucho, desencuadernarse con cierta dignidad y quedar noblemente gastados para presentarse así, inconfundibles, en la pantalla del recuerdo. Aquella calidad de hojaldre gráfico comestible no era uno de sus menores atractivos. Eran libros para leer cómodamente "escondido" en cualquier parte, comiéndonos un bocadillo grandísimo e imposible de creer que semejantes dimensiones quedasen tan reducidas al instante.
Los niños de ahora se encontrarán con esas aventuras de Guillermo como ante un filme en blanco y negro y lo recibirán ya como recuerdo de algo que vive y late todavía y al que la imaginación de niños nuevos sabrá ponerle nuevos colores. Esa campiña habitada y con moqueta, casi cinematográfica, es el paisaje y el perpetuo escenario de la ajetreada existencia de Brown, criatura más reprendida que alabada. Y, ahora, ya es de todo punto un país de cuento, país y paisaje que sólo podemos conocer conociendo a Guillermo. De ahí su más serio valor literario, la capacidad de trasladarnos a su universo.
La cultura, aun la de los niños, es también como una larga memoria. Para un niño de hoy, tener noticia de Guillermo Brown es como tenerla de un don Quijote infantil, con venturas y con descalabros, no menos serios y verdaderos que los del inmortal personaje.
¡Bienvenido de nuevo, Guillermo Brown!