La señora Berg
Soledad Puértolas
16 mayo, 1999 02:00Puértolas, en pleno dominio de su oficio como novelista, ha sabido establecer un juego de complicidades en la creación de intriga. Pero falta intensidad
T odo ser humano constituye una perspectiva sobre el mundo. Por eso se ha dicho que la vida de cualquier persona puede convertirse en asunto de novela. Tal merecimiento es inherente a la visión del mundo que toda vida humana comporta. Para hacerlo literatura hay que contar con los recursos necesarios que permitan transformar en arte aquella idea o sensación que han encendido la curiosidad del creador. Hay historias con tanto interés en sí mismas que basta con saber contarlas bien. En el otro extremo surgen experiencias que, sin atractivo aparente en su propio suceso, ofrecen un campo fértil para planteamientos especulativos o para realizaciones de orden formal y estilístico. En el medio, además de múltiples asuntos que reclaman nuevas miradas por su historia, se encuentran infinitas posibilidades de transfiguración literaria a partir de experiencias más o menos relevantes.Uno de los muchos hallazgos de la novela en el siglo XX está en haber relacionado banalidad y trascendencia, asumiendo el reto de descubrir y expresar las cuestiones profundas de la naturaleza humana en las experiencias de la vida diaria. Dicha aspiración orienta las mejores novelas de Soledad Puértolas, construidas a partir de fecundas capacidades de observación y reflexión plasmadas en la ajustada introspección psicológica de unos personajes extraídos de la vida cotidiana y de nuestro tiempo, con alguna inclinación que sustenta su interés como materia narrativa. A estos impulsos responde la última novela de Puértolas, La señora Berg, con su adecuado planteamiento en la indagación introspectiva en primera persona del narrador y protagonista, que bucea en su pasado juvenil y en su presente de adulto para dar cuenta de su atracción por una vecina madura, elegante y madre de su mejor amigo. La novela es la historia de la fascinación de un hombre enmarcada, al principio, por la quimera del adolescente enamorado platónicamente de su atractiva vecina y, al final, ya adulto, separado y con dos hijas, por la revelación de la figura de su propia madre. Todo va sucediendo por acumulación de piezas que van encajando en el transcurso de la vida. Y en su dilatada retrospección temporal desde un presente narrativo sin determinar aunque coincidente con el pasado inmediato la novela se va tejiendo como una exploración en el misterio de las relaciones humanas y como una reflexión sobre el tiempo y sobre el vacío y la soledad que va dejando a su paso.
Todo esto se descubre a partir de la visión del narrador y protagonista, Mario, cuya secreta fascinación por la señora Berg da lugar al relato de su propio aprendizaje, aunque con demasiadas elipsis y cabos sueltos sin resolver. Por ello esta novela acaba defraudando al menos una parte de las expectativas levantadas, al disolverse en la evanescencia la experiencia incontaminada de aquella turbación íntima. Creo que el fallo se concreta en la escasa sensación de verdad y puede deberse a la falta de implicación autorial. Soledad Puértolas, en pleno dominio de su oficio como novelista, ha sabido establecer un juego de complicidades en la creación de intriga y misterio en el relato de un aprendizaje entre la adolescencia fascinada por la belleza inalcanzable y la tardía revelación de la figura materna. Ha trazado la historia íntima de varias soledades. Ha acertado en la construcción narrativa basada en la retrospección autobiográfica y, salvo contados descuidos o erratas (páginas 275, 280), en un estilo sencillo y matizado en su atención al detalle. Pero faltan intensidad y gradación en el hallazgo de esos "destellos de luz" que al cabo parecen iluminar la oscura existencia del narrador. Por eso a veces falla el ritmo interior de la novela. Y no parecen creíbles algunas situaciones cruciales en el relato: la menos verosímil está en la morigerada charla nocturna del narrador con su adorada señora Berg durante una noche entera mientras la amiga de ella se acuesta con el varón de turno.