“Entendí que comprender el desierto es comprender el mar, que el desierto que ahora es desierto devendrá mar, y el mar que ahora es mar devendrá desierto, porque mar y desierto son lo mismo”, explica el narrador y poeta Francisco Javier Expósito (Madrid, 1971) al comienzo de este libro intimista e iniciático que parte, como mucha de su literatura, de un viaje. En este caso, un periplo a lo profundo del Sáhara acompañado por tribus bereberes. Quien conozca las anteriores obras del autor, como Más alto que el aire o Juegos de empeño y rendición se reencontrara con esas sentencias que combinan lirismo, reflexión y sabiduría fruto de muchos años de aprendizaje literario y espiritual.
En clave de diario, salpicado de aforismos que podrían ser haikus –“Atlas que tan alto parecías te abatiste por el peso de la nieve en tus alturas”– o máximas –“Omar es amor y amar es la rama que lleva al único cielo que conozco”–, el autor nos transmite palabras que nos invitan a desapegarnos de cualquier huella que no sea la del cielo alumbrado de estrellas en la noche, la del rumor silencioso de las dunas o cadencioso de las olas de un mar que es antónimo del desierto siendo lo mismo. “Fue en el desierto la comprensión del mar… Darme cuenta de ser alguien para dejar de ser alguien”. Así resume Expósito el fin de todo viaje interior, llegar al centro de uno mismo.
Una travesía que, como todas, tiene su retorno a una inevitable cotidianidad que para el escritor no es sino un sueño. Por eso, finaliza diciendo: “Y lloras al saber que la libertad es tu casa, que ni la tierra que pisas o el universo que intuyes tiene trazo alguno que defina el hogar que es tu alma”.