Litografía de Schubert
El tenor inglés Ian Bostridge (Londres, 1964) es uno de los grandes de la canción de concierto, presente habitualmente en los principales escenarios de ese género, incluido nuestro Ciclo de Lied. Es también historiador diplomado, especialista en la Inglaterra preilustrada, ensayista habitual en The Guardian y en el suplemento literario de The Times y, en general, un intelectual de amplio espectro. Acaba de aparecer la versión española de su ensayo sobre Viaje de invierno, el ciclo de canciones de Schubert sobre veinticuatro poemas de Wilhelm Müller, que él ha cantado innumerables veces por todo el mundo. No ocurre a menudo que una visión tan intensa e informada de las interioridades de una obra maestra nos sea expuesta con talento en un ensayo por la misma persona que lleva decenios interpretándola. Se agradece, además, que la versión española sea obra de un traductor músico como Luis Gago, que sabe muy bien de lo que habla.En el Viaje de invierno oímos constantemente el frío de un desamor inconcreto. ¿Se oye también el regodeo autocompasivo de un poeta y un compositor románticos instalados en la desdicha? Desde luego que no, pero no es fácil saber por qué. Si es el arte de Müller y Schubert el que aporta a la ecuación un término trascendente que la eleva a un plano universal, Bostridge se propone explicar, justificar, contextualizar y detallar este término misterioso a sabiendas de que algo así no puede conseguirse más que fragmentariamente y más a través de hallazgos imprevistos que de investigaciones ordenadas.
El principal inconveniente de este libro, sus muchas curvas y transversales, se convierte así en su principal virtud. Ian Bostridge, que es un asociador compulsivo, vagabundea por el Viaje de invierno igual que el viajero protagonista por los espacios de Müller-Schubert. Buena parte de las páginas consisten en digresiones sobre etimología alemana o geología evolutiva y minitratados de derecho matrimonial en la Viena de Schubert, medios de transporte en el siglo XIX, las campañas rusas de Napoleón y Hitler, la censura en la Viena de Metternich o la presencia de figuras de córvidos en la pintura universal. Alguno se impacientará, pero, a mí, esta narración tipo Sherezade, siempre contando un cuento nuevo, siempre a punto de perder el hilo, me parece apropiada al asunto. No hay nada tan Schubert como la melancolía del caminante errabundo, el viajero sin destino claro. Schubert plasma la imagen sonora del Wanderer -ritmos andariegos que pueden ser pasos inciertos, marchas marciales o incluso galopadas frenéticas- en muchas de sus canciones, en la fantasía Der Wanderer para piano, en las dos últimas sinfonías, en infinidad de rincones de sus mejores obras de cámara y, desde luego, en el Viaje de invierno. Más que notas, lo que oímos son pasos. Los acordes repetidos del piano son pies que crujen sobre el camino nevado mientras la voz se queja con sílabas que descienden a paso regular. El viajero de este viaje es extranjero en todas partes, como indica Bostridge al subrayar los primeros versos del ciclo: “Como un extraño llegué, como un extraño me voy”, igual que el forastero misterioso de un wéstern. El régimen de libre asociación que Bostridge decreta en su libro se ve compensado por una estructura rígida que periódicamente llama a la cuestión al autor y al lector: cada uno de los veinticuatro capítulos del libro lleva por título el de cada una de las canciones de Schubert, por su orden, y comienza con la transcripción completa, en alemán y en español, del correspondiente poema de Müller.He aquí un libro apasionado, erudito, obseso, que se entrega a las mil y una imágenes que la poesía de Schubert despierta
Es estupendo que, sobre esta obra maestra, existan tratados lineales que lo expliquen todo por su orden, con rigor académico y profusión de notas, pero me interesa igualmente la perspectiva que aporta este libro apasionado, vagabundo, erudito, obseso, que se va por todas las ramas que encuentra y se entrega a las mil y una imágenes que la poesía de Müller y la poesía sonora de Schubert pueden despertar en una mente propicia, como es la de Bostridge.
Bostridge se muestra, por otra parte, como un oyente de mentalidad abierta para quien las barreras entre géneros musicales no significan gran cosa. Encuentra evidente, por ejemplo, la conexión entre el concepto de ciclo de canciones sobre un mismo poemario, como es Viaje de invierno, y la idea de álbum conceptual, o LP temático, como pueden ser Sgt. Pepper's de los Beatles o The Wall de Pink Floyd y no tiene inconveniente en admirar la manera en que Billy Holiday, Bob Dylan o Amy Winehouse recurren a sus respectivas vidas privadas a la hora de inyectar vida a su forma de cantar. Inspiradora resulta también esta observación antivirtuosística: el Viaje de invierno, nos recuerda, sonó por primera vez en la voz de quien no era cantante profesional y en el piano de quien no era un pianista célebre: el propio Schubert, cantando ante sus amigos y acompañándose él mismo al piano.
@GuibertAlvaro