David Felipe Arranz. Foto: Nuria Rodríguez
Tocado por la experiencia emocional del cine -y por el vértigo que proporciona descubrirlo a la edad en la que se despiertan las grandes pasiones-, David Felipe Arranz (Valladolid, 1975) reúne una extensa galería de personajes que han marcado su educación sentimental. En las treinta entradas que componen este volumen es muy difícil discernir entre el apasionado espectador y el documentado cinéfilo, entre el erudito profesor y el deslumbrado adolescente. La selección de Arranz es arriesgada. Va y viene como un torbellino por todas las épocas y géneros de la historia del cine, sorteando tópicos, cruzando disciplinas y rescatando títulos (hoy ya en los márgenes de las plataformas digitales) al tiempo que consigue dotar a sus narraciones de la solvencia y la originalidad del exégeta. Arte, filosofía, literatura... Nada es ajeno a la mirada multidiscipinar del autor de Sueños de tinta y celuloide, que, entre clásico y clásico, termina construyendo un tratado de sintaxis cinematográfica cuando no un sutil manual de ética. Nos topamos con La tempestad de Shakespeare y el Planeta prohibido de McLeod (cumbre de la ciencia ficción); Kubrick y Ridley Scott ante el péplum; Tomás Moro en los fotogramas de Un hombre para la eternidad, de Zinnemann y Bolt; Mozart visto por Milos Forman en Amadeus; los Hermanos Grimm de George Pal y Henry Levin; Turguénev según Maximilian Schell; Dostoyevski y su reflexión sobre el mal en Una llamada a las doce; las misteriosas palabras de Antonioni en La notte; los científicos locos (entre los que cabe destacar el de Gary Nelson en El abismo negro y el de George Waggner en El hombre que fabricaba monstruos), la nouveau roman filmada por Resnais y el magisterio de Mankiewick, “uno de los cineastas que mejor ha entendido el ejercicio de traslación literaria a la pantalla”. Pero sobre todo, y por encima de todo, Arranz nos abre la ventana a horizontes poco transitados de directores como John Ford, que, con su extraordinaria estirpe de luchadores y con películas como Carne, nos sirven de antídoto contra “el pragmatismo ultratecnológico y vacío de contenido que estamos viviendo”. @ecolote
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