Dennett, en el Centro Cultural de la Ciencia de Buenos Aires, Argentina
La conciencia humana es tan rara que parece maravillosa. Nuestra especie ha ganado la carrera por la supervivencia entre los vertebrados del planeta, y actualmente nosotros y nuestros animales domésticos somos más del 98 por ciento. Pero esta es sólo una pequeña fracción de la vida terrestre. La mayoría de los seres vivos que han vivido, viven y vivirán en la Tierra de forma evolutivamente competente lo hacen sin entender que existen ni por qué. Lo que Daniel Dennett (Boston, 1942) llama "competencia sin comprensión" y Borges expresó poéticamente: "No habrá una cosa que sepa que su nombre es raro".Dennett es quizás el más conocido filósofo materialista de las últimas décadas. Los críticos lo han calificado como "fanático intelectual" por su empeño en eliminar cualquier vestigio de explicación espiritual, aunque es probable que esta última obra, De las bacterias a Bach, también irrite a sectores intelectuales modernos como los defensores de los derechos animales, debido a su cuestionamiento de la conciencia animal no humana.
No se le puede negar a este combatiente de la razón una ferviente dedicación a la causa. En una época donde florece el escepticismo sobre los poderes analíticos, si por algo destaca esta obra de madurez es por su genuino empeño de convencer. Dennett tiene en cuenta a sus enemigos intelectuales y talla un frondoso argumentario orientado no sólo a explicar su idea, sino a exponer los obstáculos comunes que se le oponen. Quizás el más potente de estos sesgos y prejuicios es lo que el autor llama "gravedad cartesiana", la tentación arraigada de creer que lo que existe es o bien físico o bien espiritual, y en consecuencia la negativa a aceptar que lo vivo pueda proceder de algo no vivo, y lo consciente de algo no consciente. Sin embargo, este tránsito es justo la conclusión de la teoría evolutiva moderna, "la extraña inversión de Darwin" que pone del revés a dos milenios de pensamiento, cuyo dogma central fue el diseño inteligente de la vida. Otra potente fuerza gravitatoria "cartesiana" tiene que ver con la resistencia a aceptar que la evolución de la conciencia sea explicada "por meros procesos materiales". No sólo los teólogos o los filósofos reaccionarios, la mayoría de las personas encuentran poco intuitiva, o poco satisfactoria, la explicación de que la vida pueda surgir de algo que no es vida, que los procesos que llamamos inteligentes estén hechos de elementos "tontos", y en definitiva que la conciencia pueda surgir de cosas que no tienen en absoluto conciencia. Para Dennett existe aquí un conflicto entre la "imagen manifiesta" del mundo, o el conjunto de suposiciones heredadas que forman a grandes rasgos el sentido común sobre cómo funcionan las cosas, y la "imagen científica" del mundo, un raro fruto de los poderes analíticos humanos y su peculiar búsqueda de razones.
Desde esta "imagen científica" evolutivamente novedosa Dennett propone entender la conciencia no como una maravilla creada "de arriba abajo" por un diseñador inteligente, sino como "un sistema de máquinas virtuales" evolucionados "de abajo arriba" adaptados al particular nicho cognitivo humano, de construcción muy reciente en los últimos milenios. La comprensión global que consiguen los cerebros humanos, es pues un costoso producto de la evolución biológica hecho de competencias locales y especializadas que en sí mismas no comprenden.
Como indica Darwin, paradójicamente, la evolución de la conciencia es el proceso por el que la "imagen manifiesta" se nos hace manifiesta, permitiendo la evolución de razones y un nivel de comprensión no alcanzado por otra especie, y que ni siquiera se aprecia en el horizonte de la inteligencia artificial. La osadía de Daniel C. Dennett es mantener, a pesar de consensos más generalizados, que el ser humano sigue siendo único.