E l conocimiento de Pablo Neruda, el de la persona y su obra, es insuficiente, parcial, y está plagado de lugares comunes literarios y políticos. Si una edición de sus memorias en prosa, Confieso que he vivido, admite publicar textos incrustados, no destinados por el autor a figurar en ese libro, escritos en épocas diferentes, produce una inevitable confusión. La edición original de Confieso que he vivido, por ejemplo, tiene frases de exaltación de la figura de Vishinsky, el temible fiscal de los procesos estalinistas de 1936 y 1938, escritas a comienzos de la década de los 50, un poco antes de la muerte de José Stalin, junto con páginas de crítica al estalinismo dictadas por Neruda en sus últimos años de vida. La única edición admisible sería una que publicara los textos efectivamente dictados por el poeta al final de su vida. Es la única que podría dar cuenta de la posición final del poeta frente a temas esenciales: el estalinismo, el realismo socialista, la disidencia. El poeta que celebró el Premio Nobel concedido a Pasternak y que después tuvo que guardar silencio, no es el mismo que celebró por escrito a Vishinsky y que escribió la Oda a Stalin. En presencia mía, Neruda le dijo a un periodista francés de L'Express, Edouard Bailby, que lo interrogaba sobre el tema, que se había equivocado, Je me suis trompé, frase que salió publicada en un número de octubre de 1971. En los días de la traducción de Confieso que he vivido al ruso, Matilde, su viuda, me contó que las autoridades soviéticas deseaban suprimir muchos de los párrafos críticos del auténtico dictado nerudiano. Son detalles de interés real, histórico, que permitirían conocer la verdad sobre un gran personaje de la literatura de nuestra lengua. Sin embargo, desde la edición original de 1974, los editores no se han hecho cargo, ni siquiera con una nota al pie de página, del asunto: las páginas dictadas en la embajada de París y en su casa de Isla Negra por el poeta enfermo, consciente de su próxima desaparición, conmovedoras, se confunden sin la menor explicación con las del militante incondicional de fines de la década de los 40 y comienzos de los 50. La mejor autobiografía de Neruda, de lejos, al menos para mi gusto, se encuentra en los poemas de Memorial de Isla Negra, libro publicado en Buenos Aires en 1964. Como testimonio personal, es más seguro, más personal y auténtico, de mucho mayor belleza literaria. Los poemas de "Sonata Crítica", la parte final del libro, son inequívocos: "Amo lo que no tiene sino sueños. Tengo un jardín de flores que no existen. Soy decididamente triangular…" Y después, en este poema que lleva el título de "La Verdad", para ser más preciso, para no dejar ni un resquicio de duda, escribe: "¡Execración y horror! Leí novelas interminablemente bondadosas y tantos versos sobre el Primero de Mayo que ahora escribo sólo sobre el 2 de ese mes…" Desde los poemas de conversión política de 1935 (Reunión bajo las nuevas banderas), hasta los de Las uvas y el viento, publicado en Chile en 1954, la poesía nerudiana es vertical, unilateral, dirigida a las utopías del futuro. Después de las confesiones de Nikita Kruschev sobre los crímenes de Stalin y el culto de la personalidad, en 1956, Neruda sufrió un cambio silencioso, doloroso, dramático. Su primera reacción consistió en viajar con Matilde a los lugares del Extremo Oriente donde había vivido como cónsul de Chile, a sus veinte y tantos años, y donde había escrito Residencia en la tierra, libro del que había renegado por razones políticas, y cuya atmósfera enigmática, onírica, trataba ahora de recuperar. Su poesía lanzada al futuro hizo un cambio radical: se volvió cíclica, irónica, propia de ese poeta que amaba "lo que no tiene sino sueños". Lean ustedes "El largo día jueves", extraordinario poema del tiempo detenido, eternizado, y cuyo corolario es "Y el Jueves duraría todo el año". La reconciliación con Huidobro y con Octavio Paz, sus adversarios poéticos y políticos de casi siempre, es otro detalle esencial que los "nerudólogos" actuales se abstienen piadosamente de contarnos. La reconciliación con Huidobro fue escrita: tuvo la forma de un prólogo elogioso a una edición belga de la poesía huidobriana. La reconciliación con Paz tuvo lugar en un hotel de Londres durante un congreso internacional de poesía. Fue contada por Octavio Paz a un periodista, y éste la dio a conocer en "Excelsior", de México, poco después de la muerte del mexicano. A mí me la contó Silvia Lemus en la residencia de la embajada chilena en París, cuando Carlos Fuentes, su marido, todavía vivía, en 2010 o 2011. Matilde tomó la iniciativa junto a Mary Jo [la esposa de Paz], y las dos subieron con Octavio al piso del hotel donde Neruda estaba dando una entrevista. Fue un encuentro emotivo, con fuertes abrazos, con exclamaciones de afecto, como si las divisiones del pasado hubieran dejado de existir. El que se abrazaba no era el Neruda de Las uvas y el viento y de Tercera residencia; era el otro Neruda. El propio poeta, y sus mejores críticos (Emir Rodríguez Monegal, entre ellos), siempre supieron que en el poeta coexistían varias "personas". Yo agregaría, por mi parte: y con pleno derecho a existir.
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